
Pablo López
CEO de Directia Travel
Internacionalizar con cabeza: cómo crecer fuera sin perder el control
Internacionalizar un negocio aumenta los ingresos, diversifica los riesgos y mejora la eficiencia gracias a las economías de escala

La internacionalización es una de las grandes oportunidades —y también uno de los mayores desafíos— para las pymes españolas. No solo permite crecer, sino también fortalecerse.
Cuando se aborda con estrategia, puede ser una auténtica palanca de transformación: aumenta los ingresos, diversifica riesgos y mejora la eficiencia gracias a las economías de escala.
En algunos casos, incluso pueden aparecer economías de red, cuando el valor del producto o servicio aumenta a medida que más clientes lo utilizan.
Pero no todas las empresas pueden capturar esas ventajas de igual manera.
Tres formas de entender la internacionalización
Bajo mi experiencia, distingo tres grandes grupos de empresas según su capacidad para generar ventajas competitivas al internacionalizarse:
Las que pueden escalar de forma masiva
Son negocios con fuertes economías de escala o de red —como las plataformas tecnológicas o ciertos modelos industriales— donde “el ganador se lo lleva todo”. Para ellas, la internacionalización no es solo una oportunidad, sino una necesidad vital. Si no crecen rápido, otros lo harán.
Las que pueden escalar de forma eficiente
Son empresas con modelos probados y rentables en su país de origen, que pueden expandirse manteniendo su estructura, cultura y eficiencia. No necesitan conquistar el mundo en dos años, su objetivo es replicar un modelo sólido y rentable en varios mercados.
Las que ganan con especialización local
Son negocios para los que la internacionalización no aporta economías de escala significativas o incluso puede aumentar el riesgo. En estos casos, la expansión se produce a través de alianzas o redes de colaboración más que por presencia directa.
En este artículo me centro en las empresas del segundo grupo —el modelo que he vivido de primera mano como CEO de Directia Travel—: compañías que buscan crecer fuera sin renunciar al control ni a la eficiencia, construyendo estructuras sólidas y sostenibles a largo plazo.
Diseñar un modelo operativo global
Antes de salir al exterior, debemos definir con claridad nuestro modelo operativo internacional: qué funciones deben centralizarse y cuáles deben gestionarse localmente.
La regla de oro es simple: “centralizar lo que da eficiencia, descentralizar lo que genera valor local”.
- Funciones a centralizar: estrategia, análisis financiero, tecnología, control de gestión, negociación global o compliance.
- Funciones a descentralizar: relación comercial con el cliente, marketing local, gestión fiscal y contable del día a día.
Este modelo mixto nos permite mantener la agilidad de una pyme local con la solidez de una organización global. Cada nueva oficina aporta valor al mercado sin duplicar procesos ni fragmentar la estructura.
Un modelo operativo común y definido
Tan importante como decidir qué funciones debemos centralizar o descentralizar es definir cómo se trabaja en cada una de ellas. Contar con un modelo operativo claro, documentado y compartido permite que, incluso en mercados distintos, la empresa funcione bajo una misma lógica.
Esto no significa imponer uniformidad, sino garantizar coherencia: que las tareas se ejecuten siguiendo procesos comunes, con indicadores y métricas comparables.
De este modo, se pueden analizar resultados, medir eficiencia y detectar desviaciones sin depender de interpretaciones locales.
Un modelo operativo bien definido actúa como lenguaje común entre los países: permite que los equipos hablen el mismo idioma en términos de gestión, calidad y productividad, y facilita la escalabilidad sin perder control ni agilidad.
La tecnología: de herramienta a ventaja competitiva
Sin tecnología, la internacionalización se convierte en una torre de Babel. Cada mercado trabaja con sus propios sistemas, por lo que en la práctica los procesos y las métricas no son comunes y la coordinación se vuelve caótica.
Por eso, preparar la infraestructura tecnológica antes de expandirse es una de las inversiones más estratégicas —aunque también más subestimadas— del proceso.
Diseñar un modelo tecnológico internacional puede requerir un esfuerzo importante al inicio, pero su amortización es rápida cuando la empresa se expande a varios países. La razón es sencilla: una vez construido el sistema central, el coste incremental de añadir un nuevo mercado es muy bajo.
Cada nueva oficina se integra en una estructura ya creada, que consolida la información, automatiza procesos y garantiza trazabilidad. En términos económicos, esto significa ganar eficiencia progresiva y multiplicar el retorno de la inversión tecnológica.
La tecnología deja de ser soporte para convertirse en una auténtica palanca de escala: permite operar en más mercados sin aumentar proporcionalmente los costes ni los equipos.
Internacionalizar sin perder el rumbo
La internacionalización no es solo una cuestión de tamaño, sino de madurez. Las pymes que logren combinar visión global, control financiero y estructura tecnológica podrán competir de tú a tú con compañías mucho mayores.
Internacionalizar con cabeza no es crecer más rápido, sino hacerlo con método, control y coherencia. Porque el verdadero éxito no está en llegar a más países, sino en hacerlo sin perder aquello que nos hizo competitivos desde el principio: la eficiencia, la disciplina y el foco en crear valor real.
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