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Lidia Ortiz de Zárate

Ingeniera biomédica, emprendedora, experta en neurociencia y coach transpersonal

La empresa como el ecosistema ideal para el desarrollo personal

El liderazgo energético consciente mejora la salud organizacional en la empresa y la retención del talento en un entorno de transformación permanente

La empresa como el ecosistema ideal para el desarrollo personal

Imagina entrar en tu lugar de trabajo y percibir que estás a salvo. Has llegado a una isla de seguridad, no cerrada ni aislada del mundo real, sino a un entorno donde, aunque fuera haya tormentas, dentro hay un tejido humano que te sostiene, te apoya e impulsa todas las áreas de tu vida.

Donde la incertidumbre económica, los desafíos del mercado y sí, también los conflictos personales o familiares, pueden disolverse gracias a la contención que ofrece un sistema nervioso colectivo regulado con su campo bioemocional. Y cuando dicho sistema está sano, las personas florecen.

Sentido de pertenencia

En esta isla, los equipos permanecen porque el entorno los cuida y los reconoce, no por la obligación contractual. Sienten que pertenecen a algo más grande que un organigrama empresarial, hay una visión compartida que honra su energía vital, su humanidad y objetivos personales.

Aquí, el trabajo se transforma en un espacio simbólico de creación, vinculación y transformación. Y para que eso ocurra, se necesita algo más que gestión: se requiere liderazgo energético consciente.

De jefe a gurú: el primer movimiento de transformación

Para que esa isla exista, el primer movimiento es simbólico, radical y emana desde el corazón y epicentro del equipo: el jefe. Pasar del paradigma de “jefe” al arquetipo del “líder” es vital.

Como decía María Teresa de Calcuta: “Quien no vive para servir, no sirve para vivir”. El liderazgo hoy no se define por la jerarquía, sino por la capacidad de regular energéticamente el sistema, encarnar una visión y sostener emocionalmente a su equipo.

Un verdadero líder ya no manda, sino que orquesta. Desde la neurociencia sabemos que el liderazgo no es solo una competencia cognitiva, sino también somática.

Un buen líder es capaz de contener tensiones, leer el clima emocional, regular el estado de alerta y activar la confianza de su equipo junto a la suya propia.

Escucha activa, asertividad y estrategia se convierten en habilidades reguladoras que transforman el miedo en acción y el conflicto en cohesión.

Despertar el espíritu de lealtad: pertenecer a la visión

El siguiente paso no es la obediencia, sino la lealtad. Pero no una sumisión ciega al líder, sino un vínculo emocional con la visión. Porque cuando el equipo siente que es parte de algo más grande, aparece un tipo de implicación que trasciende la tarea: una misión donde colaborar es atractivo. Esto, en términos del sistema nervioso, es seguridad sentida: pertenencia que activa el compromiso. 

Frente a la adversidad el equipo no se fragmenta, se une. Sabe que el sistema lo contiene y, por tanto, lo cuida. Es una relación simbólica donde dar y recibir se equilibran.

Esto no solo mejora la productividad, sino que reduce la rotación de personal, promueve la creatividad y aumenta la resiliencia. 

Mantener el equilibrio entre humanidad y negocio

Liderar energéticamente no denota ignorar los resultados, significa comprender que la manera de lograrlos es parte de ese resultado. Una empresa que opera desde el cortisol y la exigencia constante, a la larga se fractura.

Una organización que se desentiende del rumbo estratégico en nombre del bienestar, también se diluye. El arte está en sostener ambos polos: eficiencia y humanidad, dirección y escucha, acción y pausa.

Aquí emergen dos arquetipos fundamentales: el guerrero interno, que acciona, planifica y ejecuta y el mago interno, que siente, percibe y conecta con lo invisible.

Liderazgo consciente

Un liderazgo consciente activa ambos. Porque tan importante es saber qué hacer, como sentir desde dónde se está llevando a cabo. La intercepción, la simbolización y el lenguaje ritualizado se convierten en recursos de regulación emocional y direccional.

La neurociencia lo confirma: el equilibrio entre activación simpática (yang) y reposo parasimpático (yin) permite un rendimiento sostenido.

Diseñar pausas, espacios de escucha, rituales simbólicos de transición y reconexión no es un lujo, es una necesidad estructural para sostener la salud del ecosistema laboral.

En la actualidad, el 89 % de los trabajadores de la Generación Z y el 92 % de los millennials consideran que tener un sentido de propósito en su trabajo es más importante para su bienestar que el propio salario. Esta estadística no es una moda, es un síntoma.

Las nuevas generaciones no buscan jefes, demandan referentes. No desean oficinas, quieren tribus, grupos, entornos conscientes. Y es hora de que la empresa se convierta en ese lugar seguro donde desarrollar el propósito de cada individuo mientras se cumple un propósito colectivo y de equipo.

Ser un ejemplo

Si estás leyendo esto como líder, haz una pausa. Pregúntate: ¿tu presencia regula o desregula el sistema? ¿Eres un sostén emocional o una amenaza para tu equipo? ¿Tu visión inspira una lealtad viva o una obediencia temerosa? ¿Estás habitando el guerrero y el mago o sigues atado al viejo traje del jefe que manda, pero no es un buen referente?

Liderar hoy es un acto simbólico y biológico. Y quien aprende a sostener ese equilibrio se convierte en un ejemplo para los demás.

En plena tormenta, los referentes son esos pilares que irradian confianza, esperanza e innovación. Y eso lo cambia todo.

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