
Juan Medina López
Graduado Social - Mediación empresarial, socio de IELA y ASNALA y miembro de AMM
Decisiones invisibles, conflictos visibles: el arte de decidir sin escalar
Este experto analiza cómo las pequeñas decisiones cotidianas dentro de una organización pueden ser el origen —o la prevención— de tensiones internas entre socios, directivos o equipos

Cada mañana, sin darnos cuenta, tomamos miles de decisiones. Algunas tan nimias que pasan inadvertidas; otras, tan cargadas de intención que pueden alterar el rumbo de una empresa.
No hay que dramatizarlo: la mayoría son reflejos, impulsos, inercias. Pero cada una deja un rastro invisible que moldea el clima interno de una organización.
Diversos estudios psicológicos, como los del Food and Brand Lab de Cornell, estiman que una persona toma en torno a 35.000 decisiones al día.
La cifra es lo de menos; lo relevante es lo que sugiere:
vivimos decidiendo. Y decidir cansa. A ese desgaste lo llamamos fatiga decisoria. Cuantas más decisiones tomamos, más se degrada la calidad de las siguientes.
Un juez al final del día, un director tras horas de reuniones, un socio agotado firmando un correo que nunca debió enviar… todos comparten el mismo fenómeno.
Decidir es mediar
En la empresa, decidir no es solo gobernar: es mediar. Cada decisión es un equilibrio entre intereses, tiempos y sensibilidades. Y cuando esa balanza se rompe, el conflicto asoma.
Porque en la vida corporativa, los conflictos raras veces estallan de golpe; germinan en silencios, en gestos, en decisiones no explicadas.
Las empresas no se quiebran por grandes cataclismos, sino por pequeñas fracturas cotidianas.
Entre socios ocurre a menudo. Un ejemplo real (anónimo): en un despacho de abogados, uno de los socios asignó directamente un caso relevante a un asociado sin comentarlo con los demás.
No hubo mala intención, pero los otros socios lo interpretaron como una falta de confianza.
En mediación, aquel socio reconoció algo esencial: “No fue la decisión, fue no haberla compartido”. Esa frase —tan sencilla como reveladora— reordenó el diálogo y permitió redefinir las reglas internas de reparto. La herida se cerró no por el fondo del asunto, sino por la calidad del reconocimiento.
¿Justa o injusta?
En derecho, toda resolución debe estar motivada. En gestión, también. Y en liderazgo, comunicar bien es casi tan importante como decidir bien.
Porque una decisión justa, mal comunicada, termina pareciendo injusta. Y la percepción —más que el hecho— es la moneda que cotiza en la convivencia empresarial.
El psicólogo Roy Baumeister demostró que cada decisión consume parte de nuestra reserva de autocontrol. Por eso, al final del día, decidimos peor.
Aceptamos lo que no queremos, posponemos lo que nos incomoda o lanzamos respuestas precipitadas.
Evitar decidir también es decidir
En la empresa, esa fatiga produce dos males gemelos: decisiones impulsivas que escalan conflictos y decisiones postergadas que los enquistan.
Evitar decidir también es decidir: decidir que el tiempo se encargue. Pero el tiempo, cuando hay tensión, no cura. Oxida.
Un liderazgo maduro no consiste en decidir más, sino en decidir mejor. Pensar el efecto de cada decisión, prever cómo será percibida y comunicarla con transparencia.
Los conflictos futuros
En mediación laboral, aprendemos que cada microdecisión justa —una respuesta a tiempo, un gesto de reconocimiento, una escucha sincera— es un muro que contiene un conflicto futuro.
Por eso, los mejores directivos son, sin saberlo, mediadores silenciosos. Deciden con empatía. Explican. Preguntan. No para justificarse, sino para compartir la carga de decidir.
Mejor no improvisar
Una organización inteligente no improvisa cada decisión: diseña un marco para decidir. Protocolos claros, espacios de mediación, canales de diálogo antes de que la tensión escale. Porque, al final, decidir es una forma de mediar.
Y mediar, si se hace con atención, es una manera serena de decidir que el futuro —de la empresa y de quienes la habitan— siga siendo habitable.
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