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Fernando Botella

CEO de Think&Action

Emprender sin fecha de caducidad

Según este experto, si España aspira a un futuro económico sólido, debe dejar de penalizar al que se atreve a emprender y empezar a acompañar al que lo intenta

Emprender sin fecha de caducidad

En España, una de cada dos empresas no llega a cumplir cinco años. Pero los fracasos no son inevitables: planificar, adaptarse y formarse pueden marcar la diferencia entre desaparecer o consolidarse en un entorno cada vez más competitivo.

En nuestro país se crean cada año entre 300.000 y 350.000 empresas, y cierran entre 250.000 y 300.000, según datos del INE y Eurostat.

A primera vista, las cifras podrían parecer positivas: el saldo neto sigue siendo ligeramente favorable. Sin embargo, cuando se analiza la supervivencia a medio plazo, el panorama cambia radicalmente.

A los tres años de vida, solo seis de cada diez empresas continúan activas. Y cuando alcanzan los cinco años, apenas la mitad logra sobrevivir.

En otras palabras, en España una de cada dos empresas desaparece antes de consolidarse. No es un fenómeno aislado, pero sí un reflejo de las debilidades estructurales que todavía lastran al emprendimiento nacional.

Motivos del cierre

Las causas del fracaso empresarial son múltiples, pero todas comparten un mismo hilo: la fragilidad con la que nacen muchos proyectos.

La primera gran debilidad es la falta de planificación. En demasiados casos, los emprendedores se lanzan al mercado con entusiasmo, pero sin un estudio real del entorno ni un modelo de negocio sostenible.

Se confunde tener una buena idea con tener una empresa viable. Cuando llegan los primeros contratiempos —una caída en las ventas, un gasto imprevisto o un cambio regulatorio—, la falta de estructura deja a muchas iniciativas sin margen de maniobra.

A ello se suma la dificultad para acceder a financiación estable. Las pequeñas empresas siguen dependiendo en exceso de los ahorros personales o familiares de sus fundadores.

Los bancos son reacios a conceder créditos a negocios sin historial, y la inversión privada aún no ha alcanzado el dinamismo que muestran otros países europeos. El resultado es una enorme mortalidad temprana por falta de liquidez, no por falta de talento.

Otro obstáculo evidente es la burocracia. España continúa entre los países de la UE donde resulta más lento y costoso crear o modificar una empresa.

Trámites redundantes, exigencias fiscales complejas y un marco laboral rígido suponen un freno para los proyectos más pequeños. Muchos empresarios dedican más tiempo a cumplir con la administración que a desarrollar su propio producto o servicio.

La falta de formación empresarial agrava el problema. No basta con dominar un oficio o tener una buena idea: hay que saber venderla, gestionarla y hacerla crecer.

Marketing, contabilidad, estrategia digital o liderazgo son competencias básicas que, sin embargo, muchos emprendedores no adquieren hasta que ya es tarde.

Y, por último, un desafío cada vez más determinante: la competencia global y digital. En un mercado saturado por grandes plataformas y marcas internacionales, las pequeñas empresas deben encontrar su propio nicho o desaparecer.

Ya no basta con “abrir un negocio”; hay que diferenciarse, innovar y adaptarse al ritmo vertiginoso del consumidor digital.

Las claves para sobrevivir

Pese al panorama complejo, hay empresas que logran consolidarse y crecer. ¿Qué diferencia a las que sobreviven de las que se quedan por el camino? Los expertos coinciden en varios factores comunes.

La primera clave es planificar con rigor. Elaborar un plan de negocio no es un trámite, sino un ejercicio de realismo: analizar el mercado, prever escenarios, calcular costes y anticipar riesgos.

Una planificación seria no garantiza el éxito, pero reduce enormemente las probabilidades de fracaso.

La segunda es gestionar el dinero con cabeza. La liquidez es el oxígeno de toda empresa, y muchas mueren asfixiadas no por falta de clientes, sino por falta de tesorería.

Controlar los gastos, evitar el endeudamiento excesivo y mantener un colchón financiero son hábitos que salvan vidas empresariales.

También resulta esencial formarse y rodearse bien. Ningún emprendedor puede saberlo todo. Contar con asesoramiento contable, legal o de marketing, así como integrarse en redes de apoyo o asociaciones empresariales, aporta conocimiento, contactos y, a menudo, oportunidades.

La digitalización es otro punto decisivo. Las empresas que utilizan las redes sociales de forma profesional, disponen de una web eficaz y analizan los datos de sus clientes tienen muchas más opciones de crecer y resistir.

En la era de la inteligencia artificial, la adaptación tecnológica ya no es un lujo: es una cuestión de supervivencia.

Por último, la flexibilidad. Las empresas que sobreviven más de cinco años suelen tener una característica común: saben adaptarse. Modifican precios, cambian estrategias o incluso redirigen su modelo de negocio cuando el mercado lo exige. La rigidez, en cambio, es una sentencia de muerte.

Un cambio pendiente

Más allá del esfuerzo individual de los emprendedores, España necesita un entorno más favorable para las pymes. Simplificar la burocracia, facilitar el acceso al crédito, reducir las trabas fiscales y fomentar la educación empresarial son pasos imprescindibles para fortalecer el tejido productivo.

Pero también es necesario un cambio cultural. En nuestro país, el fracaso empresarial sigue siendo visto como un estigma.

En otros lugares, como Estados Unidos o los países nórdicos, se interpreta como parte del aprendizaje. Sin esa mentalidad, la innovación se frena y el miedo se impone al riesgo.

El emprendimiento no debería ser una carrera de obstáculos, sino una oportunidad para generar riqueza, empleo y progreso.

Si España aspira a un futuro económico sólido, debe dejar de penalizar al que se atreve y empezar a acompañar al que lo intenta. Porque las cifras son claras: crear empresas no es el problema; hacer que vivan más allá de los tres años, sí.

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