
Fernando Botella
CEO de Think&Action
El conflicto como oportunidad de crecimiento
Este experto profundiza sobre sobre cómo gestionar el conflicto en el ámbito laboral y convertirlo en una oportunidad de crecimiento.

Pocas palabras generan tanto rechazo en el ámbito laboral como “conflicto”.
En cuanto surge una discrepancia con un compañero o un superior, la reacción instintiva suele ser esquivarla, como si se tratara de una enfermedad contagiosa.
¿Cuántas veces hemos optado por callar, aun sabiendo que teníamos algo valioso que aportar, solo para evitar un enfrentamiento? El miedo a los “malos rollos”, al rechazo o incluso a quedar en desventaja frena la expresión sincera de ideas en las organizaciones.
Sin embargo, esa estrategia de huida no solo es poco efectiva, sino que también resulta perjudicial. El conflicto, lejos de ser una amenaza, puede convertirse en un poderoso motor de aprendizaje, creatividad y progreso.
El conflicto, inherente al trabajo
El conflicto aparece cuando dos o más personas defienden intereses o puntos de vista diferentes y deciden expresarlos. En esencia, no es más que el resultado natural de la diversidad de perspectivas dentro de un equipo.
Y aunque se asocie con discusiones acaloradas o con ambientes enrarecidos, en realidad es todo lo contrario: es una oportunidad de crecimiento colectivo.
Las organizaciones más dinámicas y relevantes no son aquellas en las que nunca pasa nada, donde reina una calma aparente, sino aquellas donde se confrontan ideas, se debaten propuestas y se cuestiona lo establecido para dar con soluciones mejores.
Una empresa en la que todos piensan igual y nadie se atreve a discrepar difícilmente logrará innovar o adaptarse a los cambios.
Puntos de encuentro
Uno de los principales obstáculos para gestionar bien un conflicto es el modo en que lo interpretamos. Con frecuencia lo entendemos como un juego de suma cero: si uno gana, el otro pierde.
Pero el objetivo no debería ser tener razón, sino construir un entendimiento mutuo. Escuchar activamente al otro, compartir con claridad nuestro propio punto de vista y, cuando sea posible, buscar puntos de encuentro es la esencia de la gestión inteligente del conflicto.
El error no está en discrepar, sino en hacerlo desde una lógica de vencedores y vencidos. Ese enfoque competitivo alimenta resentimientos y erosiona la confianza dentro del equipo.
En cambio, cuando las diferencias se abordan como un reto compartido, la situación cambia: ya no se trata de derrotar a nadie, sino de encontrar juntos la mejor salida.
Varias estrategias
Existen distintas formas de encarar los conflictos laborales, y cada una puede ser útil según la situación:
Persuadir
Consiste en tratar de convencer a la otra parte mediante argumentos sólidos, expuestos con claridad y respeto. Pero persuadir no significa imponer: también implica estar dispuesto a dejarse persuadir si los argumentos del otro resultan más convincentes. La persuasión es un diálogo de doble vía.
Negociar
Aquí entra en juego la capacidad de encontrar acuerdos. Negociar no es ni ceder completamente ni imponer la propia postura, sino identificar los intereses de todas las partes y combinarlos en soluciones mutuamente satisfactorias. Una negociación bien conducida refuerza la confianza y fomenta relaciones duraderas.
Instruir
No en el sentido de dar órdenes, sino en el de mostrar un ángulo desconocido. Muchas veces el conflicto surge por falta de información o por malentendidos.
Explicar con paciencia, compartir conocimientos o abrir al otro a nuevas perspectivas puede desbloquear un desencuentro y generar nuevas posibilidades.
La asertividad es la clave
En todas estas formas de gestión, hay una habilidad transversal e indispensable: la asertividad. Ser asertivo significa expresar ideas, aunque sean incómodas, de manera clara y firme, pero sin recurrir a ataques personales ni dejarse arrastrar por la emoción.
Es el equilibrio entre la pasividad —callar para evitar problemas— y la agresividad —imponer el punto de vista a cualquier precio—.
Un mensaje asertivo no busca humillar ni someter, sino comunicar de manera respetuosa y objetiva. Es, en definitiva, la vía para transformar una diferencia en un espacio de diálogo constructivo.
A través de la asertividad, incluso cuando no se logra un consenso, sí es posible garantizar un debate respetuoso y enriquecedor.
Más allá de las técnicas, es fundamental un cambio de mirada. Los conflictos, aunque incómodos, ponen sobre la mesa tensiones que ya existían y que, de no abordarse, podrían enquistarse y dañar la convivencia laboral. Lejos de ser un problema, representan una oportunidad para detectar fallos, corregir dinámicas y crecer como organización.
Un equipo que aprende a gestionar bien los conflictos desarrolla resiliencia, confianza mutua y creatividad. Sus miembros no temen discrepar porque saben que la diversidad de opiniones fortalece el resultado final. En este tipo de entornos, los conflictos no se evitan: se aprovechan.
Mirando hacia el futuro
En un mundo laboral cada vez más colaborativo, diverso y globalizado, los conflictos seguirán siendo inevitables. Pretender eliminarlos es tan inútil como desear que nunca haya diferencias entre personas.
La clave está en verlos como aliados, no como enemigos, y en desarrollar las competencias necesarias para gestionarlos con inteligencia emocional, empatía y respeto.
Al final, el verdadero éxito en la gestión de conflictos no radica en ganar discusiones, sino en aprender a escuchar, comunicar y construir juntos. Porque un buen conflicto no destruye: impulsa.
Y en la medida en que sepamos integrarlo en la vida laboral, no solo mejoraremos como profesionales, sino también como equipos y como organizaciones.
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