Son espacios donde los usuarios se hacen una medición antropométrica, que determina las particularidades de sus superficies de descanso. “Con el resultado, en donde vemos la presión que ejerce la superficie de descanso sobre el cuerpo, se determina cuál es su colchón idóneo”, apunta Vicente Barberá, fundador junto a Juan Alemany de esta compañía, que trabaja codo con codo con el Instituto de Biomecánica (IBV) y la Universidad Politécnica de Valencia.
Una de sus ventajas es la personalización: “Hay varias bases de colchones diseñadas junto al IBV, para la gran mayoría de personas, pero para las que se detecta cualquier punto de presión inadecuado, se les puede crear su colchón capa a capa hasta dar con su composición perfecta. Y eso lo hacemos porque somos fabricantes. En Cliniconfort no sólo hay vendedores; hay asesores en descanso, formados en conceptos que tienen que ver con fisionomía, higiene postural, confort térmico, etapas del sueño, etc.”.
Implicación para la salud
Barberá explica que cuando alguien va a comprarse un colchón, “la elección la basa en los materiales de moda, en la sensación que experimenta al tumbarse, en la percepción que tiene al apretar con las manos y determinar si la dureza es la apta e incluso se llega a elegir el colchón por su estética. No se toman el tiempo que deberían en adquirir un elemento que nos acompañará durante muchos años, y que es la base para nuestro descanso, con todo lo que eso implica a nivel de salud”. En Cliniconfort, hacen gratis el estudio antropométrico y “el usuario sale con la seguridad de que si decide comprar la superficie recomendada, será la que se ajuste a sus necesidades”. Tras la compra, hacen un seguimiento postventa al mes, a los seis meses y al año, para controlar y asesorarles, si lo necesitan.
En la actualidad tienen dos clínicas del descanso, “y aunque hemos recibido ofertas para franquiciar, lo hemos descartado. Queremos crecer de forma sostenida y controlada”. Cliniconfort también cuenta con Ionized, un proyecto –en el han invertido más de dos años y unos 40.000 euros– con el que han conseguido microencapsular iones negativos –beneficiosos para el organismo– y adherirlos a tejidos en los que se enfundan los colchones, para que se liberen con la fricción del cuerpo sobre el colchón.