Alan Bartlett Shepard Jr., astronauta estadounidense del Apollo 14 pasó en toda su carrera nada menos que 216 horas y 57 minutos en el espacio. De esos 57 minutos, unos 10 minutos los dedicó a su verdadera pasión, que resultó no ser la luna, sino el golf. Bartlett cogió, gravedad cero mediante, un hierro Wilson del seis, dos bolas y las lanzó, una detrás de otra, según su propio relato, “a millas y millas y millas de distancia”. Si algún día cae algo parecido a una bola de golf del cielo, que no te extrañe. Albert Buscató (mismas iniciales), ingeniero técnico agrícola, no ha viajado a la luna, pero sí a Estados Unidos donde un dia practicando el golf en los muelles de para jugar al golf. Nada menos que a Nueva York. Justo al lado del río Hudson, en cuyos muelles, se entrenan y practican muchos golfistas de ciudad. Allí hay redes para evitar que las bolas caigan al agua, “pero en todo el planeta, hay miles de bolas que pero muchas bolas van a parar al mar”, explica Buscató.
No hay muchos aficionados al golf que viajen a la luna, pero que viajen en cruceros, vayan a exóticos resorts, y practiquen cerca de la playa… desde hace poco tiempo, con el incremento de la sensibilidad medioambiental, “no se deja que las bolas caigan al agua porque no se degradan y son contaminantes, debido a que llevan metales pesados en sus los núcleos. Y ahí se me ocurrió la idea de la Ecobioball: ¿por qué no existen las bolas biodegradables?”, continúa. “Se me ocurrió diseñar una bola biodegradable con características ecológicas, añadiéndole comida pienso para peces en el núcleo, de forma que fuera absolutamente ecológica, de forma que no sólo no fuese contaminante para el medio marino ecológica, y sino que además, aportase algo positivo al medio ambiente no contaminase el medio marino”, explica. Al contacto con el agua, el exterior de la pelota de golf diseñada por buscató, confeccionado con polímeros sintéticos biodegradables, inicia su proceso de biodegradación, y a las 24 horas y empieza a liberar el contenido de su núcleo, compuesto de un pienso igual similar al que se emplea en los cebos de pesca, y se deshace completamente entre 48 y 96 horas.
Es un producto para practicar golf, pero no está dirigido a los campos de golf, dado que no es una bola homologada para su uso en los campos. Está pensada para entornos marinos. Para jugar ‘en tierra’, “buscamos productos ecológicos e innovadores para entrar en los campos golf. Así, importamos y distribuimos en españa y portugal las bolas de golf ecológicas y reciclables dixon, para jugar en los campos. y estamos comercializando también tees biodegradables”, matiza Buscató. De esta forma, además, consiguen liquidez para el negocio. Un negocio que está fuera de España. “El estudio de mercado nos demostró que el mercado español era prácticamente nulo para la ecobioball. En este mercado compensamos con los productos que importamos”, continúa.
¿Dónde están, entonces, sus clientes? En resorts turísticos de lujo en puntos exóticos del planeta y en compañías de cruceros en estados unidos –donde se pierden nada menos que 300 millones de pelotas de golf al año–, Europa Suramérica y Asia –para los que no hemos encontrado datos tan llamativos–.
¿Lo más complicado hasta ahora? “Te encuentras con que estás pidiendo ayuda para fabricar un producto sobre el que no han oído hablar nunca tanto en proveedores de materia prima como en fabricantes, porque no hacemos fabricación propia, sino que la subcontratamos. para eso contratamos a expertos en transformación de productos que nunca habían oído hablar de este tipo de material. ha sido un desarrollo conjunto de la mano de expertos en la transformación de plásticos”.