Las semanas anteriores a la reunión del G-20 en Washington han sido para George W. Bush una etapa casi tan difícil como la que vivió con la invasión de Irak. El presidente saliente ha tenido que afrontar una ofensiva en toda regla, desde Europa y el resto del mundo, contra la primacía de que ha disfrutado el país desde 1944 (Bretton Woods) en el sistema financiero internacional.
La industria financiera del país, la FED y el propio Gobierno han sido señalados como los grandes causantes de la debacle financiera que ha cerrado los mercados de crédito en todo el mundo y ha dejado a miles de bancos sin dinero y al borde de la insolvencia. Además de que muchos bancos europeos han tenido que ser rescatados o nacionalizados, la Unión Europea se ha visto obligada a aprobar un plan de salvación de cerca de dos billones de euros.
Críticas a EE UU
Ha sido la UE la que más ha presionado a favor de la reforma. Se dice que fue Nicolás Sarkozy, presidente de Francia, quien convenció a Bush de la necesidad de la reunión del G-20 celebrada en Washington. Desde Europa no se han ahorrado declaraciones a favor de un cambio drástico de los usos financieros made in USA.
La primera gran medida sometida a debate es la exigencia de la UE y los países emergentes de una mayor regulación. En este punto EE UU, apoyado en parte por Canadá y Australia, ha argumentado que las medidas de regulación y supervisión deben ser moderadas ya que, en caso contrario, conducirían a una asfixia del sector financiero y a frenar la recuperación de la economía.
Domingo García Coto, director de Estudios de la Bolsa de Madrid, se muestra de acuerdo con ese punto de vista: “Es básico buscar un equilibrio entre libertad y regulación. Un exceso de normas podría frenar los procesos de generación de liquidez y la innovación financiera”.
Otros analistas creen que EE UU trata, con su resistencia a aceptar cambios drásticos, de preservar la primacía de su industria financiera. Existe desconfianza sobre las intenciones de Francia, que lidera el movimiento por una regulación y una supervisión más estricta. Algunos medios de comunicación franceses han destacado que la crisis financiera es una oportunidad para que la UE (y Francia) aumente su influencia política en el mundo.
Y su papel financiero internacional. Algo que Ignacio Cantos, director de Análisis de Atlas Capital, considera un poco fantasioso. “Ya hace años, con la creación del BCE, se hablaba de que Europa tuviera un papel más decisivo en los mercados financieros internacionales. Pero Europa no tiene posibilidades de sustituir a EE UU en ese papel. No tenemos una regulación común ni un mercado financiero único. Les falta a nuestras entidades masa crítica para jugar el papel de líderes”.
De todos modos, las suspicacias estadounidenses explican que en Washington no se vean, por ejemplo, con buenos ojos las demandas de los países emergentes para convertir al G-20 en el grupo permanente de países que gobiernen el mundo, en sustitución del G-7. Ni tampoco las peticiones (de la UE y los emergentes) de crear instituciones de regulación y supervisión a escala internacional, por encima de los bancos centrales, incluida la FED.
Y que tampoco se haya mostrado entusiasmado con las pretensiones (también de la Unión Europea y algunos emergentes) de fortalecer el FMI. Sobre todo porque, para hacerlo, ello exigiría un reparto más equitativo de la representación entre los miembros del G-7 y los nuevos países emergentes. Lo que redundaría en una rebaja de sus posiciones de poder.
Poder regulador
Parece ser, sin embargo, que EE UU puede perder al final esa batalla. Esa organización supranacional de control y recapitalización, el FMI u otra, necesita dinero. Y hoy los únicos que disponen de fuertes sumas son China, Rusia y los productores de petróleo. Estos esta-rían dispuestos a potenciar el Fondo, pero exigen mayor voz y voto. “Para que pueda jugar esa función, lo lógico es que deje de ser lo que es, un órgano muy político, controlado por los Grandes, y se convierta en un órgano técnico”, afirma Antonio Argandeña, profesor del IESE.
Lo dicho no significa que EE UU no esté dispuesto a hacer reformas. Las quiere hacer, lo que no está dispuesto es a ir tan lejos como desearía el resto del mundo. José Luis García Alejo, director de análisis de Inversis, se muestra convencido de que habrá cambios y de que serán importantes: “No sé si va a ser algo tan gordo como lo de Bretton Woods, en 1944, pero vamos a asistir en los próximos meses o años, en una serie de cumbres sucesivas, a lo que va a ser la gran regulación de los mercados financieros. No hay que olvidar que estamos ante la mayor crisis de la era moderna, superior a la de 1929”.
Argandeña se muestra igual de positivo. “EE UU está interesado en solucionar muchos de los problemas que han surgido. Allí hay un clamor a favor de reformas y contra los excesos que han tenido lugar. Ahora bien, no están por el intervencionismo, tal como algunos plantean en Europa”.
De hecho, los responsables de aquel país insisten en que las reformas deben preservar el mercado libre y el libre comercio.
Por tanto, de refundación del capitalismo habrá, según parece, más bien poco. El objetivo se limitaría a remozar una casa que se ha quedado anticuada, nuevas cañerías, una instalación eléctrica más segura, una mano de pintura, nuevos electrodomésticos. Pero no una casa nueva.
García Coto cree que los fallos más chocantes serán resueltos. “Van a ser posiblemente muy rápidos en poner orden en las titulizaciones estructuradas, ampliar la supervisión a todas las entidades financieras, controlar mejor los riesgos y aumentar la transparencia de los productos”.
Pero todo indica que seguirá habiendo titulizaciones estructuradas, activos fuera de balance, paraísos fiscales, innovación en productos, bancos de inversión y sobre todo que se mantendrá la pasión por la innovación en productos financieros imaginativos, que seguirán trayendo de cabeza a los bancos centrales. O al megabanco central y supranacional que coja sus competencias.