El principio tiene más de medio siglo y cuenta con tantos detractores como simpatizantes. Lo formuló Laurence J. Peter, catedrático en Ciencias de la Educación, tras realizar un estudio sobre las jerarquías de las organizaciones empresariales modernas. Lo recogió en un libro escrito en clave de humor que se ha convertido en best seller mundial, pero, no por ello, le abren las puertas a los planes formativos de las escuelas de negocio.
Lo que en resumen dice el Principio de Peter es que en cualquier jerarquía empresarial, tanto simple como compleja, todo empleado tiende a ascender hasta alcanzar su nivel de incompetencia. Así, aquellas personas que realizan medianamente bien su trabajo, son promovidas dentro de la organización a ocupar puestos de mayor responsabilidad, estén o no preparados para su desempeño. El hecho no es siempre tan gratificante como cabe esperar. “Hay personas que lo pasan francamente mal, que acumulan altos niveles de estrés y caen en depresión”, dice David Criado, fundador de Vorpalina, desde donde se dedican a facilitar el cambio, tanto personal como organizacional.
La justificación de perpetuarse y no renunciar al cargo por mal que lo pasen la encuentran en el miedo a ponerse en evidencia o no poder deshacerse del puesto de trabajo. “Eso en el mejor de los casos, porque los hay también que se creen que han llegado ahí por méritos propios y, como dice mi amigo Víctor Küppers, no hay nada peor que un tonto motivado”. Pero no es este el único efecto que padecen las organizaciones aquejadas del Principio de Peter, más del 90%, en opinión, de David Criado, quien expone otras consecuencias.
Mecanismos de ascenso
Según Criado, hay dos mecanismos básicos de ascenso dentro de las empresas. El primero sería el ascenso funcional hacia arriba. En este caso, al trabajador ascendido se le pide que asuma nuevas funciones con mayor responsabilidad. Dentro de esta categoría, dice Criado que suele elegirse entre dos perfiles: el conformista, que es aquel que no cuestiona nada dentro de la empresa y asume el papel de mero ejecutor de lo que dicta la jerarquía, y el otro que Peter denomina el deficiente latente, que son aquellos que ascienden bien por razones de antigüedad en la compañía, bien por fidelidad y cierta resolución en el cargo anterior.
Otro tipo de ascenso hacia arriba es el de categorías y que, en España, dice Criado que se conoce como el ascenso de los cuñados. En este caso, se asciende de categoría a una persona concreta, pero sin cambiar un ápice las funciones que viene desempeñando. A veces hasta se crea un nuevo cargo vacío de contenido que justifique el ascenso de esa persona determinada.
Pero hay otra forma de ascenso mucho más perversa y sibilina propia de las grandes compañías. Es la que se conoce como sublimación percuciente, conocido también como el despido hacia arriba. Consiste en ascender a un trabajador al máximo y llenarlo de honores y agasajos para terminar echándole. Podríamos pensar que es más sencillo degradarlo o echarlo directamente, con menos costes, pero en las grandes empresas esto tiene sus explicaciones. La primera es que es una forma de enmascarar un fracaso en la política de recursos humanos justificando los anteriores ascensos. La otra podría ser reforzar la moral de los empleados, que tanto podrían interpretarlo como una oportunidad para ascender ellos como de justicia empresarial con los incompetentes.
La regresión jerárquica
Lo opuesto de la sublimación sería lo que David Criado, ciñéndose a Peter, denomina la exfoliación jerárquica. Según esta, la tendencia en muchas organizaciones es, precisamente, deshacerse o impedir el ascenso de sus trabajadores más brillantes y productivos. Hay que tener en cuenta que, si conforme al Principio de Peter, son los incompetentes quienes ocupan los cargos, son los operarios quienes sacan la empresa adelante mientras permanecen ahí. Esta sería la paradoja de las organizaciones que lo padecen.
El riesgo asociado a todo lo antedicho es caer en lo que Peter llama la regresión jerárquica. Conforma a esta, cuanto más tiempo lleva una empresa rigiéndose por el Principio de Peter, más incompetencia acumula. Los cánones de exigencia y de autocrítica se van rebajando tanto, que lo que en un momento determinado pudo funcionar, hoy carece de validez. “La brecha a veces es tan profunda, que ya no hay marcha atrás”, acaba advirtiendo David Criado.