La propagación de la crisis de las ‘subprime‘es fácil de entender. Todos esos millones de hipotecas empaquetadas y titulizadas, vendidas a los bancos y fondos, perdieron valor cuando se supo que la gente estaba dejando de pagarlas en masa, lo que ocurrió a finales del verano del 2007. Cuando se supo con certeza que esos paquetes eran altamente dudosos, los bancos que los habían adquirido no tuvieron más remedio que anunciar su exposición a esos productos y hacer las correspondientes provisiones por depreciación de activos. Esas depreciaciones van a pérdidas, y si son muy elevadas, se tragan los fondos propios del banco. Fue lo que ocurrió en la primera oleada de la crisis, en el otoño del año pasado, cuando varios bancos de inversión de EEUU y algunos bancos europeos anunciaron elevados números rojos por ese motivo.
Esas pérdidas empezaron a generar consecuencias inmediatas sobre la salud de los bancos afectados, principalmente los de inversión, que no tienen depósitos sino que dependen de los mercados mayoristas de crédito. Estas entidades se encontraron súbitamente descapitalizadas y ante la necesidad de recomponer sus balance. El problema es que los mercados de crédito, ante el aluvión de malas noticias empezaron a sospechar que podría haber más productos ‘tóxicos’ en el seno de estas entidades. Y, lo que es peor, de las demás. Así empezó a cerrarse el mercado de crédito internacional (bonos, interbancario…) no solo a las entidades afectadas sino a todas.
El cierre del grifo empezó a dañar el funcionamiento diario de los bancos de inversión y de muchas otras entidades que necesitan ir a los mercados a financiarse. Fue el caso de las compañías hipotecarias británicas, lo que llevó a la temprana intervención del gobierno del Reino Unido en el Northern Rock, a principios de este año, debido a una corrida de los clientes a las sucursales del banco. Esta entidad no tenía exposición a las ‘subprime’ sino que se quedó sin liquidez para refinanciar su deuda.
Poco a poco, el tema se fue trasladando a otras entidades. Fue el caso de Fannie Mae y Freddie Mac, las dos grandes compradoras de hipotecas al por mayor (5,5 billones de dólares), que titulizaban y vendían y se vieron golpeadas, primero por la morosidad y la bajada de precios (que afectó sus resultados y activos) y luego por la falta de liquidez en el sistema, que les impedía financiarse. O de AIG, la mayor aseguradora del mundo, con centenares de miles de millones de hipotecas o bonos sobre hipotecas asegurados, aseguramiento que dejó de poder pagar debido al volumen de la catástrofe.
A resultas de esta escalada de sucesos, la desconfianza se instaló de tal modo que hizo imposible el funcionamiento de los mercados de crédito. Por eso a mi me parece bien el plan de reacate de EEUU. Si no se compran (se limpian) esos activos, que ahora son ilíquidos – porque siguen cayendo debido a que el precio de las casas sigue bajando, y la morosidad sigue aumentando –, el mercado de crédito seguirá cerrando y los precios de las casas, condición ‘sine cua non’ para resolver la crisis seguirán bajando. Para que suban es fundamental que se empiecen a conceder hipotecas otra vez. Y para eso tiene que reabrirse el crédito.