Al segundo día de empezar a trabajar como corredor de bolsa se dio cuenta de que aquello no le gustaba. “No había nada que aprender. Eso iba a ser ABC para toda la vida”, dice Alberto Mera. Aún así aguantó cinco años en la empresa, primero porque tenía que devolver cerca de 50.000€ de dos préstamos que pidió para cursar un máster en Londres y, segundo, porque, como becario, cobraba más que sus amigos, ya contratados, en otras disciplinas.
La decisión definitiva de abandonar el trabajo la tomó en un concesionario de coches, cuando entró para comprar un Audi TT. “Me di cuenta de que el precio no eran solo los 13.000€ del coche, sino también seguir en la empresa, sin aprender ni hacer nada que me interesase”. Así que se quedó sin coche y sin trabajo. “Soy una persona que cree en el poder de cagarla”, dice en su blog. “Sólo cagándola descubres lo que no debes hacer, lo que no te gusta hacer, lo que no quieres sentir, lo que odias ver…”. Es su argumento.
Lo que llama la atención en su caso es la persistencia en lo que él dice “seguir cagándola”, porque, antes de dejar el trabajo, había tenido ya múltiples ocasiones para darse cuenta de que, en esto de emprender, es un desastre. El dinero sobrante y el tiempo que le dejaba libre su puesto de broker lo empleó Alberto Mera en acometer proyectos empresariales. Ya se sabe que la idea de negocio, en sí, vale poco, pero en su caso, menos aún. Tampoco lo pretendía. Todo lo copiaba de proyectos que funcionaban en otros países o se inspiraba en una conversación con amigos o algún blog.
Las 7 liadas y sus lecciones
Lo primero que montó para silenciar ese “runrún de hacer algo por mi cuenta” fue, en 2011, un concurso de diseño de interiores que, sorpresivamente, funcionó bien hasta que decidió tomárselo en serio. “Yo tampoco lo entiendo, pero aquello funcionaba mejor por inercia que por voluntad”, dice. Este es el único proyecto que Mera ha acometido con amigos porque, además de aprender que el azar juega un papel importante, se dio cuenta de que “montar negocios con amigos no funciona”.
Le siguió el intento de introducir en España el agua de coco como bebida deportiva natural. Por aquel entonces, su consumo estaba de moda en países como el Reino Unido, pero pudo comprobar que los isotónicos artificiales estaban muy bien acomodados en el mercado nacional. “Eso de que si tal producto no existe, debería existir, tampoco funciona”.
También su tercera idea la extrajo del mercado anglosajón, concretamente de EE.UU. Se trata de un artilugio que se vende allí con éxito y que ayuda a las personas a hacer sus necesidades en posición de cuclillas. Diseñó algo similar que mostró a todo el que quiso verlo. El buen feedback recibido le llevó a organizar una campaña de crowdfunding para obtener financiación. “No llegué al objetivo ni de lejos, pero sí aprendí que el hecho de que a la gente le guste lo que estás haciendo no significa que vayan a pagar por ello”.
Ya en este punto, llegó Alberto Mera a la conclusión de que igual el fallo no estaba en la idea ni en el proyecto, sino en él mismo, que no emprendía por necesidad, sino por hobby. Así que presentó a la empresa su carta de renuncia con gallardía taurina.
Ya liberado, acomete el cuarto proyecto, Reporteros y tu [Yo te lo cuento ] para contactar a escritores, periodistas o actores con fuentes de información originales. Es una solución que lleva años funcionando como un tiro en EE.UU, pero que Alberto Mera no fue capaz de replicar con acierto. “Lo hice al revés. Monté primero el marketplace y luego intenté captar periodistas y fuentes en un mundo que me era totalmente desconocido”.
En el quinto emprendimiento, vuelve a producto: un brazalete como accesorio de moda, sin más. Con él se recorrió numerosos centros comerciales para testarlo y rediseñar. La idea era venderlo en Instagram, la red que ha abierto la puerta a numerosas marcas jóvenes. El problema era el tráfico, o la ausencia del mismo, por lo que contrató a un programador que le hiciese un robot para conseguir seguidores. Lo consiguió, más de 10.000 en pocos meses, pero vender brazaletes, muy pocos. Enlaza así con el sexto proyecto que es, precisamente, explotar lo que ha funcionado en el quinto, el bot, que ahora vende como servicio a particulares.
El siguiente y último paso en la búsqueda fue presentar en Lanzadera un proyecto de afiliación para los comercios. No le cogieron. “Lo curioso es que, más que pesar, sentí alivio. Entonces es cuando descubrí y reconocí que no me gustaba emprender”.
La lectura
Vista desde fuera, la historia de Alberto Mera puede contemplarse desde la épica, el absurdo o la tragedia. Pero a él solo le importa un ángulo, el suyo, y así es como lo ve: “Emprender es una opción en la vida que creo que se debe estudiar y plantear cada uno. Antes no se podía porque se necesitaba mucho dinero, pero ahora está al alcance de cualquiera. Hasta que no lo pruebes no sabrás si es para ti o no. Yo, probando, he descubierto que no era para mí, pero también he aprendido que se llega mucho más lejos que trabajando para otros y he descubierto lo que quería hacer. He encontrado la forma de ganar dinero haciendo lo que me gusta”.
Y eso que gusta no es otra cosa que la docencia, enseñar a otros las muchas lecciones emprendedores que ha ido recogiendo a lo largo de sus 8 años a base de prueba y error, aunque algunos lo llamen palos de ciego. A eso es a lo que se dedica Alberto Mera desde hace unos meses como director de proyectos en Demium startups en Barcelona. Ahí es donde se siente feliz.