Gowex, aún cuando su fundador y presidente exageró sus logros, estaba considerada como una de las empresas de wifi público más innovadoras de Europa. Algo similar se podría decir de Bodaclick, uno de los primeros portales del mundo en temas nupciales, o de Zinkia, cuyo personaje Pocoyó es amado por decenas de millones de niños.
Las tres empresas, ahora en concurso de acreedores, no eran startups sino empresas hechas y derechas, con modelos de negocio probados, años de experiencia en el mercado, facturaciones significativas y plantillas muy considerables. El que las tres, todas en el MAB (Mercado Alternativo Bursátil) se hayan desplomado, víctimas de la crisis, las malas prácticas o los errores de gestión, ha generado alarma. Todos se preguntan si España ha podido levantar en estos años de discurso emprendedor un grupo de empresas tecnológicas significativo. Sin que nadie pretenda que vayamos a tener gigantes como Google, Amazon o Apple, si preocupa que las empresas que se han creado sean tan débiles que acaben barridas por cualquier percance.
Ante lo sucedido, los especialistas se dividen entre los que dudan de que España pueda generar un núcleo potente de empresas tecnológicas (los menos) y los que se apuntan al optimismo y creen que poco a poco las numerosas empresas tecnológicas que se han ido creando aquí acabarán asentándose. En lo que si coinciden todos es que el sector tecnológico español adolece de una serie de problemas que lastran el potencial de las empresas y que explica en parte lo sucedido con estas tres compañías del MAB.
Mecanismos de financiación poco efectivos
Los mayores problemas de dinero no los enfrentan las empresas tecnológicas en sus inicios, cuando disponen de bastantes mecanismos de ayuda, sino en la etapa de crecimiento, cuando las necesidades financieras son mayores. “Habría que mejorar esto –explica Ignacio Fonts, socio director de Inveready, una sociedad de capital riesgo– “ya que el acceso a las segundas rondas de financiación sigue siendo más difícil que, por ejemplo, en EE UU”.
De hecho muchas de las empresas desaparecen durante esta etapa, “la más difícil”, asegura Sainz de los Terreros, director financiero de FacePhi, una empresa de reconocimiento facial, “cuando se pasa de empresa mediana a grande y se necesita más dinero”. Este ejecutivo se queja de que en España “al año y medio ya se exigen resultados, cuando hay empresas que pueden necesitar bastante más tiempo para empezar a generar recursos”. Y cita su caso, el de FacePhi. “Empezamos hace seis años, y sólo esperamos facturar a partir del año que viene y entrar en beneficios en 2016”.
Apoyo público incoherente
Aun cuando parece que todas las administraciones están concediendo apoyo público (subvenciones, créditos blandos…), el problema está en la eficiencia de esas ayudas. Los profesionales del sector se quejan de que las entidades apoyantes no controlan ni siguen la evolución de los proyectos, algo que parece cierto si tenemos en cuenta que Gowex recibió ayudas y créditos del ICO o del CDTI. “Luego está el problema de la discrecionalidad a la hora de conceder las ayudas”, explica José Antonio del Moral, experto del sector, “algunos las reciben, y otros no, sin que se sepa por qué, y lo que tardan en darlas. Tienes que esperar meses a que te digan que sí, y luego unos cuantos meses más a que te pongan el dinero en tu cuenta. Antes de que lo tengas, ya estás muerto”.
Las tres empresas suspendidas de cotización y en concurso de acreedores han presentado, pese a la fuerte crisis que las ha llevado a la quiebra, unas cuentas bastante satisfactorias. Cualquier inversor, con estas cifras, hubiera invertido en las tres sin excesivo temor. En especial en Gowex, que ha ofrecido a lo largo de los últimos años una progresión de ingresos y beneficios digna de las compañías de alto crecimiento más exitosas de EE UU. Pero, si las cuentas de Gowex son claramente falsas, como ha reconocido su fundador, los inversores no se acaban de explicar cómo empresas con esas cuentas oficiales han entrado en concurso.