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Consejos para que no se te vaya la pinza cuando consigues el éxito

Los riesgos del éxito están muy vinculados a nuestra forma de reaccionar ante él. 

13/02/2017  Isabel García MéndezGestión

Para moderar los efectos perniciosos sobre nuestro ego, la primera recomendación importante es asumir que el mérito no es exclusivamente nuestro, que hay una participación importante de otros factores como el equipo y la gente que nos ayuda y que el éxito profesional es algo parcial que sólo afecta a una faceta de tu vida, no a todo el conjunto, con lo cual es necesario relativizarlo. Pero, además, sigue estos consejos:

– Sigue con tus rutinas. Aunque vayas relacionándote con otra gente es importante mantener los pies en la tierra, seguir con los amigos de siempre, no perder el contacto con el entorno de siempre.

– Ten un espejo de confianza. “El coaching es muy indicado para quien está empezando a tener éxito”, señala el coach Ovidio Peñalver, aunque puede ser suficiente alguien de tu entera confianza, que te escuche de forma activa y que sea capaz de criticarte cuando lo necesitas.

– No pierdas tus valores. Ten en cuenta que son ellos los que te han ayudado a conseguir el éxito. Abandonarlos puede suponer tu caída y, además, arrastrarte a una pérdida de identidad.

– Demora la gratificación. También puede entenderse como buscar deliberadamente la frustración. Por eso es bueno afrontar retos con los que aprender a aceptar el fracaso. “Un ejemplo de esta estrategia es la decisión de Ferrán Adriá de dejarlo todo para tomarse un año sabático, con el riesgo que corre de perder el reconocimiento externo”, apunta el consultor Antonio Galindo.

Yo, mi, me conmigo… ¿Te reconoces?

Por fin ha llegado ese ascenso que estabas esperando, has cerrado el gran acuerdo que impulsará tu empresa o has alcanzado tu gran objetivo. Estás eufórico, pero de repente parece que la gente de tu alrededor te mira con otra cara. ¿Son ellos los que han cambiado o tú? Existen algunos síntomas claros de que se te está subiendo el éxito a la cabeza, sigue leyendo y analiza objetivamente si estás experimentando alguno de ellos:

– Egocentrismo. Sientes que el mundo gira a tu alrededor. Puede que surja una corte de aduladores que efectivamente esté pendiente de todos tus deseos, pero el problema empieza cuando eres incapaz de ver la realidad desde otro punto de vista que no sea el tuyo propio.

– Actitud intrusiva. Tiendes a manipular a los que te rodean, te impones, exiges demasiado y con rudeza o tiendes a supervisarlo absolutamente todo.

Cierta insensibilidad. La prepotencia y la soberbia nos insensibilizan ante los problemas ajenos. Tiendes a creer que sus problemas ocurren porque no tienen capacidad de superación, de la que tú estás sobrado.

– Necesidad de ser adulado. El deseo de feedback positivo es lógico y humano, el problema surge cuando ese deseo se transforma en una necesidad para poder sentirte bien contigo mismo. En el camino hacia el reconocimiento externo que hemos identificado con el éxito, vamos obteniendo numerosos halagos y si esa comunicación se vuelve imprescindible para tu ego, empieza a ser un problema.

– Socialización sin intimidad. Estás a gusto con tu forma ?de actuar y de comunicarte con los demás. Esta tendencia no es negativa, pero si en ese camino pierdes la capacidad de profundizar o en el roce más cercano te encuentras incómodo, es que estás dejando que el ego se te dispare.

Los riesgos del éxito

Como a menudo resulta más complicado gestionar el éxito que el error, te avisamos de los principales peligros asociados:

– La complacencia. Regodearse en el éxito, dedicarse a vegetar, a vivir de las rentas. Es un error muy habitual en las personas que alcanzan el éxito, el dar por hecho que lo han alcanzado ya todo. Ésa es la maldición que se acecha siempre a los Nobel de Literatura. De hecho, una de las principales críticas que recibió Camilo José Cela en sus últimos años fue la ausencia de producción notable tras el premio.

– La precipitación. El éxito, la satisfacción en grado sumo, provoca subidas de adrenalina que nos empuja a entrar en un ritmo frenético y a tomar decisiones muchas veces precipitadas, sin la prudencia ni la reflexión necesarias.

– La prepotencia. Tiene mucho que ver con la subida de adrenalina de la que hablábamos antes: cuando las cosas te salen bien, tiendes a incrementar las dosis de placer y con esta sensación aumenta la segregación de adrenalina, una hormona que nos ayuda a enfrentarnos a los peligros y afrontar los nuevos retos que se nos plantean. La consecución de un logro nos estimula y nos impele a creer que estamos tocados con una varita mágica y que somos capaces de todo y eso nos puede empujar a aceptar retos para los que a lo mejor ni nosotros ni nuestro equipo ni nuestra compañía están preparados.

-La sobreexposición. A la hora de mantener la visibilidad, no conviene no excederse. Un peligro es empezar a introducirse en campos que nos son desconocidos llevados por la vanidad de ser reclamados por nuestro nombre o nuestra fama. Podemos caer en la sobreexposición que vemos en algunos famosos que aparecen en tertulias radiofónicas, en publicaciones, en debates televisados o a personas que entran en fregados completamente diferentes a los suyos, como el anuncio de Ferrán Adriá sobre colchones.

– La avaricia. La falta de un objetivo claro puede hacerte caer en el error de decir a todo que sí, en la sobrevaloración.

Isabel García Méndez