Cuando le preguntamos a Eric Maskin si es posible diseñar reglas de juego para incentivar la creación de empresas, sugiere: “Los Gobiernos pueden ofrecer descuentos e incluso vacaciones fiscales temporales o subvenciones para infraestructuras (edificios, naves, oficinas…) o ayudas para el transporte de los empleados que no vivan cerca, para formación de los RR HH…”. Con respecto al miedo al fracaso que todavía subyace en la mentalidad del ciudadano español, Maskin –convencido de que la cultura ha cambiado en los últimos 20 años y que el empresariado aquí está en el buen camino– no cree que se pueda hacer nada. “No se puede forzar un cambio de cultura. Y hay que mirar también la otra cara de la moneda”, advierte, “porque en EE UU están demasiado predispuestos a asumir demasiados riesgos. Y ese es un peligro mayor, del que los españoles están vacunados”.
Al cuestionarle qué papel juegan empresas y Gobiernos para cooperar al desarrollo de los países pobres, Maskin dice que “es importante que trabajen juntos con ese objetivo. Sin embargo, las empresas existen para ganar dinero. Los Gobiernos podrían incentivar a las compañías que inviertan en esos países de una forma socialmente responsable. Así, si una invierte en África, se podría subvencionar la capacitación de los trabajadores locales, quienes obtendrían así un beneficio. Además. las empresas podrían transferir la tecnología a esos países, pero ninguna lo haría por bondad”.