La historia comienza el día de San Valentín de 2015. Natasha y Fred Ruckel, un matrimonio de emprendedores, estaban sentados en el salón de su casa cuando vieron a su gato entrar y salir por debajo de la alfombra para jugar. «Fue entonces cuando se nos ocurrió la idea de la Ripple Rug», explican. Así, utilizaron su dilatada experiencia en marketing y publicidad para lanzar al mercado su producto, una alfombra con dos capas pensada para que los gatos pudieran entrar y salir mientras juegan.
Antes del lanzamiento, publicaron el proyecto en Kickstarter, una de las plataformas de crowdfunding más importantes del mundo. Con un precio de 39,95 dólares, Ripple Rug consiguió 30.000 dólares en tan solo 30 días. Era la prueba de fuego que el matrimonio Ruckel necesitaba para comenzar a fabricar el producto a una escala más grande, en unas instalaciones de Georgia.
Apenas unos meses después, la cadena de televisión QVC contactó con ellos para aparecer en su programa Next Big Thing, un espacio para emprendedores que comercializaran nuevos productos minoristas. Aunque Ripple Rug se convirtió en el producto estrella de la edición –vendieron varios miles de unidades gracias al programa-, este fue el comienzo de una pesadilla que ha durado años de batallas legales e investigación por parte del matrimonio.
Las navidades de 2016 prometían ser espectaculares para los emprendedores, que esperaban 4.000 pedidos durante la campaña. Sin embargo, tan solo pudieron vender unas 2.000 unidades. «Lo planifiqué bien: anunciamos todo en redes sociales, contactamos con influencers, pagamos anuncios… No podía entender qué salió mal», explica Fred Ruckel al recordar su historia. La causa no era otra que el plagio. Otra empresa estaba comercializando Purr N Play, una alfombra idéntica a la que había lanzado el matrimonio apenas un año antes.
La investigación de los emprendedores detrás de Ripple Rug
A partir de ese momento, el matrimonio de emprendedores comenzó una larga investigación para conocer cómo otra compañía podía haber copiado su producto. En primer lugar, empezaron por la página web de su copia, que vendía la alfombra por 19,99 dólares. Sin embargo, afirmaban no tener stock disponible. No obstante, consiguieron dar con una de las claves: en una imagen del producto, aparecía el logotipo de sus Ripple Rug.
«Asumimos que los ladrones habían fabricado una copia de nuestra alfombra y habían vendido una tonelada de ellas», explica Fred. Era el momento de profundizar. Tras hacer una inspección en el código fuente de la página, descubrieron que seguía el mismo patrón -diseño, pasarela de pago, etc.- que otras webs dedicadas a la venta de productos copiados. Tras contactar con la empresa que había diseñado la web, accedieron a dar la página de baja.
Pero el golpe definitivo a la falsificación llegó en 2017, cuando los emprendedores consiguieron dar con el CEO de la compañía que había plagiado su producto. Ya entonces, había recibido una sentencia que le condenaba al pago de 7,5 millones de dólares por prácticas comerciales engañosas. Así, el matrimonio denunció a Rutledge & Bapst, aunque el desenlace no se produjo hasta enero de 2020. La compañía accedió a pagar una compensación por las molestias ocasionadas.
La situación de los creadores de Ripple Rug ha puesto sobre la mesa el debate sobre el plagio y las consecuencias que la copia de una idea puede acarrear en la cuenta de los emprendedores más modestos, así como la existencia de empresas que, con unos presupuestos más elevados que los propios proyectos originales, consiguen llegar a un público mucho más grande con ideas de negocio robadas.