Que el empleo está mal, nadie lo duda. Con una tasa de paro que supera el 18,2% y alcanza los 4.226.744 de desempleados (último dato publicado por el Ministerio de Trabajo e Inmigración correspondientes al mes de septiembre), es decir más de ocho puntos por encima de la media europea, el panorama laboral es, como mínimo, incierto y, como poco, preocupante.
¿Pan para hoy y hambre para mañana?
Pero hay algo todavía más descorazonador y es que la crisis y la inestabilidad están provocando desajustes que pueden perjudicar, y mucho, la hipotética recuperación futura del empleo y, por extensión, del país.
Fuga de cerebros, sobrecarga de trabajo, precariedad salarial, becarios eternos, abuso de la temporalidad son sólo algunas de las rémoras que se están extendiendo en los últimos tiempos.
La consecuencia directa es que estamos creando una generación de trabajadores desmotivados, infravalorados y poco comprometidos. De ahí al estancamiento de la productividad y la competitividad hay un paso.