En el momento final de la decisión, no te debería temblar el pulso al escoger entre todas las alternativas posibles. Lo normal es que una vez realizado todo el proceso de análisis previo no resulte ya difícil ver claramente cuál es la mejor elección. En caso contrario, lo mejor es tomar el camino de en medio.
Tomar la decisión por eliminación
Como norma general, lo mejor es intentar simplificar al máximo el momento final de la toma de decisiones. Una forma sencilla de hacerlo es por simple eliminación.
Generalmente, cuando tenemos dudas y no sabemos lo que queremos, nos resulta muy sencillo detectar lo que no queremos. Con algo de suerte, al eliminar las opciones que sabes positivamente que no te sirven puedes llegar hasta la mejor opción de todas. Si no es así, al menos te ayudará a ver mejor tus opciones finales, al reducir la elección al menor número de alternativas posibles.
Decidir bajo presión
El ritmo de la empresa de hoy y la orientación al corto plazo es tal, que muchas decisiones se toman sin la preparación y el tiempo suficiente para reflexionar lo necesario. La experiencia y la intuición generalmente ayudan a suplir esta falta de tiempo.
Si tienes la sensación de que no te has tomado el tiempo necesario para valorar la situación, lo mejor es que intentes posponerla o que valores la posibilidad de tomarla dejándola en espera. Es decir, tomar la decisión con la condición de que su puesta en marcha se autorice cuando se cumplan las condiciones necesarias. Esta forma de decidir te evitará tomar una decisión en un momento inadecuado o antes de disponer de todos los datos necesarios.
Si no puedes aplazar la decisión, déjate guiar por tu intuición. La intuición forma parte de tu inteligencia. Es un atajo que utiliza la inteligencia para no tener que pasar por todo el proceso de pensamiento.
¿Y si hay posturas enfrentadas?
Si la decisión depende de varias personas y existen posturas irreconciliables, puede resultar complicado llegar a una solución. Una estrategia que ayuda a limar asperezas suele ser introducir a alguien ajeno al problema, como un consultor externo, que pueda aportar una visión más subjetiva del mismo.
Cuando esto no sea posible, habrá que recurrir a la búsqueda de alianzas. Intenta encontrar un terreno común con las personas que tengan una postura afín a la tuya e invítales a formar una alianza que os permita hacer equipo para competir con los otros.
Otra forma de crear alianzas ganadoras es buscando el apoyo de quienes tengan mayor poder de decisión o estén mejor situadas para superar los obstáculos que impiden poner en marcha tu decisión.
Echar marcha atrás
Siempre que tomemos una decisión, debemos aceptar la posibilidad de que fracase. Y lo normal es que, en situaciones de riesgo, se elabore un plan alternativo que pueda ayudarnos a salvar la cara si tenemos que abandonar la decisión. Sin embargo, cuando las decisiones se toman bajo presión o sin el tiempo necesario, es frecuente que la resolución de un problema nos conduzca a otro todavía mayor y con el que no se había contado. En estas situaciones, lo mejor es dar marcha atrás cuanto antes, para que no se convierta en una bola de nieve imparable.
Eso sí, la decisión de echar marcha atrás también exige pasar por todo el proceso de toma de decisiones. Si no, podemos volver a generar otro problema mayor.
Por ejemplo, si has lanzado un nuevo producto al mercado y no se están cumpliendo las expectativas previstas, ¿pararías la producción de inmediato para evitar más pérdidas, lo seguirías comercializando siguiendo la misma línea, o intentarías rediseñarlo y relanzarlo de nuevo? La primera opción puede ser la más adecuada si el producto no tiene perspectivas a largo plazo; pero la última también sería factible si el producto tiene posibilidades de desarrollo y la mejora no supone un coste muy alto. Lo que está claro es que la opción de mantenerlo sin realizar ningún cambio sólo supondría retrasar una decisión que cada vez nos resultará más costosa.
Cuando no estés seguro de si debes echar marcha atrás en una decisión, intenta actualizar la situación planteándote la siguiente pregunta: ¿volvería a tomar la misma decisión con los conocimientos que tengo ahora del problema? Si la respuesta es no, debes revisarla y resolver los errores.
Cuando las cosas no están claras
Si a pesar de haber realizado de forma minuciosa todo el proceso de análisis, en el último momento sigues sin estar seguro de cuál es la mejor decisión, pueden suceder varias cosas. Es posible que en realidad no existan muchas diferencias entre las alternativas con las que te has quedado al final. Si es así, no debes perder demasiado tiempo en tomar una decisión, puesto que cualquiera de ellas será igualmente válida.
Otra posibilidad es que no hayas valorado bien las opciones disponibles. Si es así, replantéate la situación respondiendo a las siguientes preguntas: ¿de qué me arrepentiré si tomo esta decisión? y ¿de qué me arrepentiré si no la tomo?
Los miedos finales
La incertidumbre y la ansiedad son sentimientos que forman parte de la mayoría de las decisiones. Es imposible evitarlos, pero cuanta más información reúnas y más alternativas puedas valorar, menos importante será esta duda.
Para reforzar tu confianza en la opción elegida vuelve a pensar en el peor escenario posible, evalúa de nuevo cuáles son las posibilidades de que suceda lo peor y cuál sería el impacto de ese resultado. Si decides que puedes sobrevivir incluso con el peor de los resultados, no tienes nada que temer.
Otra forma de amortiguar las dudas finales pasa por plantearte si estás dispuesto a hacerte completamente responsable de las consecuencias de la decisión a largo plazo, en el caso de las cosas no salgan bien. Si la respuesta es negativa, es mejor que no sigas adelante.
Qué dicen tus sentimientos
Tus sentimientos también suelen anticipar si la decisión que has tomado es o no equivocada. En este sentido, se recomienda comprobar la opción elegida sometiéndola al siguiente filtro de preguntas: ¿Qué siento acerca del modo en que estoy tomando esta decisión? ¿Me siento tranquilo o ansioso? ¿Tengo miedo o me siento confiado? ¿Qué haría si no tuviese miedo? Si no te gusta cómo te sientes al tomar la decisión, probablemente debas cambiarla.
Este experto asegura también que, si el miedo es muy fuerte, es posible que te estés engañando a ti mismo en algún aspecto de la decisión. Las decisiones basadas en una ficción son las que mayor desasosiego nos crean, porque en algún rincón de nuestra mente hemos enterrado la idea de que actuamos en base a ilusiones, de que hacemos algo que está mal, aunque no queramos saber qué es.
Diseña un plan de acción
Salvo cuando se trata de decisiones que nos afectan exclusivamente a nosotros mismos, la mayoría de las decisiones que toma un directivo no se limitan a diseñar qué hacer, hay que elegir también quién y cuándo lo hará.
Comunicarla a tiempo. Cuando tengas claro quiénes son las personas adecuadas para hacer realidad la decisión, debes asegurarte de que sean los primeros en conocerla para evitar rumores y malentendidos. Generalmente, tendrás que vender la decisión a las personas implicadas. Uno de los grandes retos de la toma de decisiones es vencer la resistencia al cambio y evitar los conflictos de poder que puedan originar esas decisiones.
Explícala adecuadamente para que sea aceptada. Para vencer la resistencia inicial, es importante que conozcas las necesidades e intereses de las personas afectadas y que intentes presentar la decisión de manera que se adapte a ellas o que se vea que las has tenido en cuenta. No debes olvidar dejar claros cuáles serán los efectos de la decisión en las personas e intentar eliminar las dudas que les puedan surgir.
Otro aspecto fundamental al explicar la decisión es que intentes describir el contexto en el que fue tomada, las medidas alternativas que hayas considerado y el motivo por el cuál optaste por la elegida. Si hay mucha resistencia, intenta convencerles de que ellos en tu situación habrían tomado la misma decisión.
Comprueba que está siendo acatada. Para asegurarte el apoyo de las personas implicadas, debes conseguir tres cosas: que entiendan la decisión, que les interese o comprendan que no va a ir en contra de sus intereses y que les apetezca, que encuentren una motivación para hacerlo.Si no explicas bien los motivosy el alcance de tu decisión o no consigues el interés y la motivación de los otros, el cambio no se produce y la decisión no se aborda.