Sus promotores: Myriam Cuatrecasas y Juan Granada, heredero de este negocio familiar. Desde 2001, los 5.000 metros cuadrados de este edificio del siglo XIX cobijan un taller de restauración, una tienda-exposición de muebles del mundo, antigüedades y un restaurante-sushi. La Bòbila actual lo debe todo a la pasión de Myriam y Juan por los viajes, el diseño y las antigüedades, aderezado con el bálsamo del compromiso solidario que canalizan a través de su propia ONG. “Porque en La Bòbila los muebles se diseñan en Corça, pero los construyen familias de artesanos del Sudeste Asiático y Marruecos, un proyecto que nace para ayudar a familias del Tercer Mundo a través del comercio como herramienta de trabajo que beneficia a todos”, explica Juan. Como multiespacio, en la Bòbila uno puede contemplar la colección de muebles y antigüedades –rescatadas de puertos españoles– en una sala diáfana de 600 metros cuadrados, y comprarlos; visitar el taller de carpintería y restauración de antigüedades (300 m2), para acabar disfrutando de la fusión de la gastronomía mediterránea y japonesa que orquesta el chef Christian Sorensen en la cocina del restaurante (120 m2), anexo a la vetusta fábrica de ladrillos. ¿Y por qué sumar un restaurante a la venta de muebles? Lo explica Juan Granada: “Corça es un pueblo pequeño, y queríamos que quienes viniesen a la tienda o al taller, pudieran acabar comiendo aquí y disfrutar de la estancia”. Hoy el restaurante contribuye a la facturación total en un 20%, aunque Juan reconoce que “el área más rentable es la importación”. La Bòbila factura unos 800.000 euros anuales: el 60% procedente de la importación y venta de muebles; 20%, el taller; el resto, el restaurante.