
Este artículo es complementario a uno que publiqué recientemente bajo el título “¿Puede la IA volvernos más idiotas?”, donde planteaba una preocupación creciente: ¿puede el uso intensivo de herramientas de inteligencia artificial generativa debilitar nuestras capacidades cognitivas clave como profesionales y empresas?
La reflexión partía de una observación ya evidente en muchas organizaciones: la IA está empezando a sustituir funciones humanas como el análisis, la síntesis, la creatividad o la toma de decisiones operativas.
Esto podría derivar en una pérdida de capacidades en aquellos países, empresas o profesionales que no tengan acceso equitativo a la IA, o que usen estas herramientas sin desarrollar habilidades complementarias.
En este segundo artículo propongo una respuesta basada en la neurociencia, que no solo tranquiliza, sino que también abre nuevas oportunidades: nuestro cerebro es capaz de reorganizarse y fortalecerse si sabemos cómo usar bien la IA.
El cerebro: una red viva que se adapta
El neurocientífico David Eagleman, en su libro Livewired, explica que el cerebro humano es extraordinariamente plástico: no es una máquina rígida, sino una red que cambia continuamente según los estímulos que recibe.
Cuando una función se debilita —por lesión, desuso o aprendizaje— otras regiones del cerebro pueden ocupar ese espacio funcional y desarrollarse en nuevas direcciones. Esto se ha demostrado en pacientes con pérdida de sentidos, accidentes cerebrales o procesos de reaprendizaje.
Esta neuroplasticidad es clave para comprender cómo debemos reaccionar frente al avance de la inteligencia artificial: si ciertas capacidades humanas son cada vez menos necesarias por el uso de IA, podemos y debemos entrenar otras que nos hagan más valiosos en el nuevo entorno.
¿Qué dice la ciencia sobre el uso de IA y el cerebro?
Estudios recientes del MIT y otras instituciones han mostrado que el uso intensivo de sistemas automatizados puede reducir la activación de áreas cerebrales asociadas al pensamiento analítico, la memoria operativa y la toma de decisiones complejas (Wilkins et al., 2022). Este fenómeno se denomina externalización cognitiva: delegamos en la máquina tareas que antes ejercitaban nuestras capacidades mentales.
Lo mismo ha ocurrido en el pasado con otras tecnologías: el GPS ha reducido el uso del hipocampo para la navegación espacial, o Google ha desplazado parte de nuestra memoria a una “nube” externa. La diferencia ahora es que la escala y velocidad del cambio con la IA generativa puede ser mucho mayor.
La oportunidad: un nuevo espacio para nuevas capacidades
El riesgo no es usar la IA, sino usarla pasivamente. Si la empleamos como sustituto del pensamiento en lugar de como catalizador del mismo, perderemos capacidades. Pero si la utilizamos para liberar tiempo y energía mental, podremos desarrollar nuevas funciones de mayor valor estratégico.
Autores como Erik Brynjolfsson y Gary Marcus coinciden: la IA no eliminará el trabajo humano, pero sí cambiará radicalmente el tipo de habilidades que aportan valor. La ventaja competitiva vendrá de aquellos profesionales y empresas que logren entrenar las capacidades que la IA no puede replicar.
Capacidades que se debilitan vs. capacidades a potenciar
Para mantener nuestra competitividad profesional y empresarial, debemos identificar qué funciones tienden a reducirse con el uso de la IA, y qué competencias debemos reforzar:
Capacidades en riesgo por desuso | Capacidades clave a potenciar con IA |
Análisis básico y síntesis de información | Pensamiento estratégico y contextual |
Toma de decisiones operativas | Innovación, creatividad aplicada |
Escritura de contenido funcional | Diseño de ideas, storytelling empresarial |
Planificación lineal | Gestión de la incertidumbre |
Cálculo lógico-rutinario | Juicio ético, pensamiento crítico |
Esta evolución no debe verse como una pérdida, sino como una redistribución del esfuerzo mental hacia áreas donde el cerebro humano sigue siendo insustituible.
¿Qué deben hacer las empresas?
El papel de las empresas es crucial en este proceso de adaptación. Algunas acciones clave incluyen:
- Diseñar programas de formación continua centrados en competencias complementarias a la IA.
- Fomentar entornos que estimulen la creatividad, la visión de negocio y la colaboración transversal.
- Impulsar el uso activo y crítico de la IA como herramienta de ampliación, no de sustitución.
- Crear espacios para experimentar, equivocarse y aprender en nuevos entornos híbridos hombre-máquina.
Solo a través de la práctica, el entrenamiento y la exposición real se consolidan estas nuevas capacidades en nuestras redes neuronales.
Conclusión: neuroplasticidad y ventaja competitiva
Sí, el uso intensivo de IA puede provocar la disminución de ciertas funciones cognitivas tradicionales, pero esa misma tecnología puede liberar recursos mentales para desarrollar otras aún más valiosas.
La clave está en identificar esas nuevas habilidades, entrenarlas desde ahora y aplicarlas de forma constante.
Según la mitología nórdica, Odín entregó un ojo a cambio de conocimiento y memoria infinita. Quizás, sin saberlo, anticipaba una de las leyes fundamentales del cerebro humano: para ganar nuevas capacidades, primero debemos dejar espacio para que crezcan.
La pregunta no es si la IA nos hará más idiotas, sino: ¿qué haremos con el nuevo espacio cognitivo que nos deja libre?