
Vivimos en un momento de cambio profundo. ¿Por qué? Porque algo ha cambiado. No es que la tecnología esté evolucionando a velocidad de vértigo, es que está redefiniendo la forma en que consumimos, trabajamos, nos relacionamos… y, por supuesto, emprendemos.
Cada vez más, las ventajas competitivas recaen en la capacidad de detectar necesidades reales y de ofrecer soluciones útiles, rápidas y bien enfocadas a nuestros posibles clientes.
Ya no hace falta ser una empresa de gran tamaño, con cientos de empleados, para generar impacto. Una pequeña compañía con un equipo compacto –incluso una persona con una buena idea y la tecnología adecuada– puede cambiar hábitos, introducir un nuevo modelo de negocio, influir en miles de personas y ofrecer grandes soluciones a la sociedad. Ser pequeño, nuevo o ágil no es simplemente una etapa del camino: puede ser una posición de ventaja estratégica.
El auge de la inteligencia artificial generativa es un buen ejemplo. En apenas dos años, una startup como OpenAI ha obligado a gigantes tecnológicos a replantear sus estrategias. No solo por la potencia de la tecnología en sí, también por su accesibilidad, rapidez de adopción y la forma en que ha conectado con millones de usuarios.
Más allá de lo que se hace con esta tecnología, lo interesante ahora es cómo ha sido diseñada para integrarse de forma natural en el día a día, simplificando tareas complejas y aportando valor inmediato. Esa combinación de visión, ejecución ágil y foco en la utilidad es precisamente lo que muchas startups están sabiendo aplicar con éxito: usar la tecnología no como un fin y sí como un medio para mejorar la vida de las personas.
Según la Encuesta Global 2024 a Millennials y Generación Z de Deloitte, alrededor del 73 % de los jóvenes cree que las empresas deben contribuir activamente al bienestar de la sociedad. Esta exigencia ahora se traslada con fuerza al mundo empresarial, especialmente a aquellas marcas que nacen en lo digital. Porque ya no basta con tener un buen pitch: la gente espera soluciones reales a los problemas que encuentra en su día a día.
Este tipo de soluciones nacen observando a las personas –entendiendo cómo viven y qué les preocupa– a las empresas e, incluso, a la necesidad de impulsar su responsabilidad con la sociedad y con la sostenibilidad.
Es lo que han hecho compañías como Too Good To Go, que convierte excedentes alimentarios en una oportunidad de reciclar comida no consumida, o Bizum, que ha cambiado la forma en que entendemos los pagos pequeños entre personas. Estas empresas tienen algo en común: son funcionales y destacan en su sector.
Uno de los ámbitos donde la tecnología puede aportar más valor es en el del ahorro para la jubilación. El sistema de pensiones, que ha sido durante décadas uno de los pilares del estado del bienestar, se enfrenta a retos de largo plazo ligados la inestabilidad en el mercado laboral, el escaso crecimiento de los salarios y, sobre todo, a la evolución demográfica con un aumento de la esperanza de vida, la reducción de la tasa de natalidad y el crecimiento de la población en edad de jubilación.
Al mismo tiempo, muchas personas –especialmente jóvenes– encuentran dificultades para ahorrar de forma regular debido al coste de vida y a la falta de hábitos financieros. Todo ello pone sobre la mesa la importancia de avanzar en educación financiera y de explorar herramientas tecnológicas que, sin reemplazar lo existente, ayuden a complementar la previsión futura de manera accesible, automática y alineada con el día a día de las personas.
Ahí es donde surgen soluciones como Pensumo, que aplica tecnología a un ámbito tan clásico como la jubilación. Una vez registrado en su app gratuita, Pensumo convierte cada compra en comercios adheridos en una aportación automática a un plan de pensiones.
Es un modelo similar al cashback, pero con una diferencia importante: el beneficio no va a un monedero digital para gastar, sino que se transforma en ahorro real a largo plazo, acumulándose durante toda nuestra vida de consumo y hasta el momento de la jubilación. Así se convierte en un gesto cotidiano, sin esfuerzo adicional para el usuario.
Además, este modelo también aporta valor a los comercios: les permite fidelizar clientes de una forma innovadora alineada con el bienestar financiero, diferenciarse en un entorno cada vez más competitivo, aumentar su digitalización y, con ella, su visibilidad y penetración en el mercado. Porque al ofrecer una propuesta con propósito, los comercios refuerzan su relación con el consumidor, mejoran su imagen de marca y participan activamente en un modelo de consumo más consciente.
Para las startups, la detección de las necesidades de los usuarios, ya sea en materia de jubilación, pagos o incluso alimentación, es una oportunidad clara. De este modo, la disrupción no depende únicamente de la tecnología, porque la forma en la que se aplica debe tener un sentido. Es decir, en un entorno saturado de productos y soluciones, la diferencia no está simplemente en el código, tenemos que analizar cómo se usa.
La clave es, por tanto, construir algo que resuelva, que sirva, que permanezca. Y cuando la tecnología se usa con ese enfoque deja de ser una herramienta más, pasa a convertirse en impacto real. Y ese impacto es lo que de verdad construye valor a largo plazo.