
Hace unos años, conocí a un emprendedor que me dijo, muy serio:
—Estamos cerrando una ronda de financiación para escalar nuestro modelo.
Le pregunté qué modelo era.
—Una tienda de jabones en Malasaña –dijo, sin pestañear. ¡Glups!
Las diferencias entre pyme y startup
Hay una confusión instalada (y alimentada) entre lo que significa ser una pyme y lo que es una startup. Muchos emprendedores se definen como startup solo porque tienen logo moderno, web con fondo blanco y perfil en LinkedIn con la palabra ‘CEO’ antes del primer cliente. Pero no. No es lo mismo.
El propósito
En primer lugar, el propósito es distinto. Mientras una pyme nace para construir un negocio rentable y duradero, con vocación de estabilidad, una startup se lanza al mercado soñando con crecer a toda velocidad, captar atención, y vender. El exit no es una casualidad, es parte del plan inicial. Salir de la aventura es en sí mismo parte del propósito.
El modelo de negocio
También hay diferencias en el modelo de negocio. La pyme suele partir de una idea ya conocida –una tienda, una consultora, una línea de productos, cosas de toda la vida– y trata de ejecutarla bien. En cambio, la startup vive instalada en la incertidumbre: todavía no sabe del todo qué vende, a quién ni por cuánto. Está buscando su encaje en el mercado. Una tienda con un producto buenísimo no es, por sí sola, una startup. Créeme. Ya lo verás.
El riesgo
En cuanto al riesgo, no juegan en la misma liga. Quien arranca una pyme suele ser prudente, tira de recursos propios o financiación bancaria, y prefiere controlar el gasto. Quien lidera una startup busca inversión desde el primer minuto, y si no está quemando dinero, parece que no va en serio (¿exagero con esto? Creo que no). Se mide el éxito por el tamaño de la ronda, no por los beneficios operativos, ni por la eficiencia, ni por el control del último céntimo.
El equipo y la cultura
El equipo también es distinto. En la pyme, todo suele girar alrededor del fundador, que hace de contable por la mañana y de repartidor por la tarde. En la startup, el equipo se convierte en parte del storytelling: perfiles multidisciplinares, currículums brillantes, muchas ganas de escalar el Everest… aunque aún no sepan por qué ladera empezar. Ojo: en la startup el perfil del fundador también es crucial. Pero no lo hace todo solo. Lo impulsa una troupe de soñadores brillantes que también son motor del proyecto.
En la cultura interna también hay contraste. La pyme tiende a una estructura más clara, jerárquica y con roles definidos. La startup, por su parte, presume de horizontalidad, flexibilidad… y un punto de caos disfrazado de agilidad. A veces se parece más a un grupo de WhatsApp que a una empresa. Es una estructura líquida, con gran capacidad para mutar según el reto de cada fase.
La velocidad de los procesos
Sigamos con las diferencias. El tiempo no se vive igual: la mirada sobre los plazos es radicalmente distinta. La pyme piensa a largo plazo, en resistir, en ir poco a poco. La startup tiene un cronómetro en la cabeza. Su dinero tiene fecha de caducidad. Vive en modo sprint, con la presión constante de mostrar tracción y escalar, incluso si todavía no sabe muy bien qué está vendiendo.
Los objetivos
Y, por supuesto, el final del camino también cambia. El fundador de una pyme sueña con que sus hijos hereden el negocio, o con venderlo con calma cuando llegue el momento. En la mente de muchos fundadores de startup, el objetivo es otro: que la empresa salga en prensa por haber sido adquirida por una multinacional. Típicamente, americana.
No se trata de decir que una opción es mejor que la otra. Pero confundirlas sí tiene consecuencias. Si te comportas como una startup sin tener músculo para escalar, puedes acabar estrellado. Y si te limitas a actuar como pyme cuando tu propuesta tiene potencial global, puede que estés dejando pasar una oportunidad única.
Amigo emprendedor, la clave está en tener claro el tipo de aventura en la que estás metido. Qué estás construyendo, para qué, para quién y con qué ambición. No hay una única receta, pero sí hay una pregunta que deberías poder responder sin tartamudear:
—¿Esto que tengo entre manos… lo quiero hacer crecer o lo quiero vender?
Y ahora, un mensaje para el amigo lector que no es emprendedor: si algún día te cruzas con alguien que te suelta, así como quien no quiere la cosa, que está “levantando capital para escalar su MVP”… no te asustes. Lo que quiere decir (aunque suene a jerga de Silicon Valley) es que está buscando dinero para hacer crecer una idea que todavía no ha demostrado funcionar del todo.
En ese momento, hazle una sola pregunta:
—¿Tienes clientes que paguen por lo que ofreces?
Si la respuesta es algo como “bueno, estamos en conversaciones”, “tenemos interés del mercado” o “estamos validando el concepto”… entonces lo más probable es que todavía no haya ingresos, ni modelo claro, ni validación real.
En ese caso, tú decides: puedes seguir la conversación por curiosidad antropológica o excusarte amablemente y pedir la cuenta.