
El ego del fundador puede ser un gran motor… o una bomba de tiempo.
Cuando la compañía y el fundador son lo mismo, todo depende de una sola persona. Si hay crisis, hay fragilidad. Si el ego se impone, la cultura se intoxica. Y si el fundador se va, ¿qué queda? Si no está claro dónde termina una y dónde empieza la otra, encender todas las alarmas.
Es importantísimo separar el liderazgo del protagonismo y poner límites. Construir una empresa, no un espejo del ego fundador.
¿Cuál es el problema de una empresa personalista? El ego no escala. El ego busca impacto inmediato. Pero una empresa que quiere crecer necesita algo más grande. El desafío del fundador es crecer sin perder la esencia y el foco, pero, ¿cómo mantenerlo cuando la compañía pasa de ser unos pocos a ser cientos o miles? Construir compañía es crear una razón de ser y narrativa más grande que una ambición personal. Crear una cultura donde la visión no dependa de una sola voz.
Una razón de ser más grande que el fundador
Ni empleados ni clientes quieren sumarse a un culto personal. Quieren ser parte de algo que los trascienda. Si no hay una narrativa clara y compartida, todo se vuelve transaccional. Followers, no cultura. Likes, no legado. Aplaudidores, sin mirada crítica. Es una fórmula insostenible en el tiempo.
Elon Musk es el ejemplo extremo: si él tuitea, Tesla tiembla. Su marca personal es tan grande que la cultura de la empresa queda a merced de sus estados de ánimo. Liderazgo que no construye institucionalidad, sino dependencia.
Pero esto sucede a todas las escalas. No hay storytelling ni posteo viral de linkedin que sostenga una empresa que no funciona. Las redes están plagadas de ejemplos de perfiles “exitosos” en likes, pero sin fundamento en la vida real.
Pensemos en un club deportivo. Las estrellas van y vienen. Si el club depende solo de un jugador, está condenado a la inestabilidad. Lo mismo pasa con las empresas personalistas: cuando todo gira en torno al ego del fundador, no hay cultura, hay idolatría. Y eso no construye legado, construye dependencia. Una compañía sólida se parece más a un club con identidad, valores y visión que trascienden a quienes la lideran en cada momento. Lo que permanece es la historia compartida por la comunidad que lo sostiene.
Los tiempos son difíciles. Los ejemplos abundan más en el pasado que en el presente. Ikea con Ingvar Kamprad, Nintendo con Fusajiro Yamauchi, Yvon Chouniard con Patagonia, o Camilo y Adriano Olivetti con la compañía que lleva su apellido; son compañías que han trascendido a su fundador. Lograron crear una visión a futuro más grande que cualquier ego, y por eso todavía se estudia su legado.
La autoridad real no busca llamar la atención
Vivimos en una economía del ruido. Pero el reconocimiento verdadero no grita. Se gana. La autoridad viene de la maestría. De hacer algo tan bien que se vuelve evidente. De la originalidad, la profundidad, la excelencia.
La marca personal puede amplificar, pero no reemplaza eso. No hay marca personal que aguante sin sustancia.
Hacer compañía es más difícil que hacer marca personal. Pero también es más valioso.
Porque mientras el ego busca atención, las compañías construyen legado. Mientras el “yo” grita, el “nosotros” perdura.