A las hermanas Ana y Elena Fernanda Martínez Salazar les ha tocado tomar la ingrata decisión de cerrar definitivamente el negocio que la bisabuela Quintina Muñoz abriera en el año 1905 en la calle Luchana, en el número 7 del castizo distrito madrileño de Chamberí. Por él han pasado cuatro generaciones, casi todas mujeres y con el nombre de Elena, salvo el hijo de Quintina, fallecido de forma prematura.
Al principio fue un estanco y así se mantuvo hasta el año 1929, cuando se convierte ya en una papelería al uso. Por entonces se estudiaba poco, pero papel se consumía mucho porque todo se hacía de forma manual, desde llevar la contabilidad en los libros de cuentas hasta los christmas de Navidad.
Los años más complicados, los de la Guerra Civil, le tocaron a Elena Salazar Martín, viuda joven y con cinco mujeres a su cargo. De aquellos queda el recuerdo de cuando el almacén subterráneo de la papelería, bautizado como la cueva, servía de refugio al vecindario para protegerse de los bombardeos. También las tertulias que, a falta de televisión, se organizaban en la papelería para hablar de todo.
Ya en los años 50 es Elena, la primogénita de Salazar Martín, quien toma las riendas del negocio en su tercera generación. En la regencia le acompaña el marido y, entre ambos, deciden dar un salto cualitativo y ampliar el negocio montando una imprenta propia, en el número 9 de la misma calle. Así es como llegaron a reunir una plantilla de 19 personas, 6 en la imprenta y el resto en la papelería. La vivienda la tenían en el número 7, encima de la papelería, y ahí nació Elena María Fernanda que la madre no pudo llegar al hospital a tiempo. Fruto del matrimonio son también Ana y un hermano cuyo nombre se mantiene en el anonimato porque lo suyo es el cuerpo diplomático.
“Estaba claro que la papelería iba a ser para las niñas-recuerda Elena Fernanda- Aunque nosotras estudiamos en el Liceo Francés hasta los 17 o los 18 años algo que hoy sería el equivalente a Secretarias de Dirección, en las campañas de Navidad y muchos fines de semana nos tocaba ayudar en la tienda. Y si no ayudábamos, cuando niñas nos bajábamos en bata y camisón y jugábamos a las tiendas”. Recuerda también jornadas de trabajo maratonianas de sus padres que empezaban a las 8 de la mañana y terminaban a las 12 de la noche.
Cuatro generaciones para subir, quince años para descender
De tres generaciones vinculadas al mundo de la papelería heredaron Ana y Fernanda un conocimiento profundo del sector y un trato parroquiano con los clientes. “Un confesionario de toda la vida”, es como lo define Fernanda, en referencia a esos clientes que entran a la tienda y te cuentan la graduación de su hijo o la boda del nieto. Clientes famosos también muchos, entre ellos Fraga Iribarne o Santiago Castillo, pero con mención especial a Antonio Fraguas, ‘Forges’ el humorista gráfico que les regaló una viñeta con motivo de la celebración del centenario en la que puede leerse “Cien castañas, casi ná”. Más adelante les haría otra: “¡Las plumas de Salazar, son de muy buen dibujar!..por no hablar de sus tinteros, lo mejor del mundo entero”. La papelería llegó a ser tan emblemática que hasta cuenta con un sello de correos propio.
Con estas mimbres centenarias consiguieron también ellas regentar el negocio con éxito hasta que, hace aproximadamente 15 años, tuvieron que empezar a correr. Había llegado internet y el uso del papel empezaba a desplazarse. Sin embargo no es esto lo que más daño les hizo. Si le preguntas a Fernanda por las causas del hundimiento las enumera por el orden siguiente: “primero los chinos, que llegaron con precios muy bajos y vendiendo basura; luego internet; después las franquicias y, por último, la llegada del ecommerce y la venta online que acabó con toda la ética profesional del sector barriendo de la cadena a los intermediarios”.
Eran conscientes de que se quedaban atrás pero, para afrontar los nuevos tiempos, necesitaban sangre más joven, algo que ninguno de los hijos estaba dispuesto a aportar. Estuvieron a punto de cerrar en 2008, por la crisis y por un robo importante que sufrieron un año después. De la imprenta, hoy una joya de arqueología industrial, se deshicieron el año pasado.
Pero ha sido la actual crisis del COVID la que dará la estocada final al negocio. “Después de tres meses cerrados, te puedo decir que hemos perdido casi todos nuestros ahorros». Aún así no es este el principal motivo de la decisión. «Es que esta crisis nos ha pillado ya un poco mayores, mi marido lleva jubilado diez años y las dos tenemos nietos de los que queremos disfrutar». Ahora les toca a otros escribir nuevos capítulos de la historia, aunque ya no sea a mano y con pluma.