La venta de su molécula Ory 1001 a Roche le reportará un pago inmediato de 21 millones de dólares y hasta un total de 500 millones según el fármaco vaya confirmando las expectativas puestas en él. Es decir, ¡la friolera de 17 millones por empleado!
“Y cuando se haya puesto a la venta, cobraremos un porcentaje de dos dígitos en royalties”, explica Carlos Buesa, el CEO y fundador de la compañía. Lo que, puesto en plata, significa, ni más ni menos, que si Roche factura 2.000 millones de dólares al año con el fármaco, a Oryzon le entregarán varios cientos de millones anuales. “Ha sido el tercer mayor acuerdo entre una biotecnológica y una farmacéutica en lo que llevamos de año” apunta, orgulloso, el ejecutivo.
Nada de esto hubiera ocurrido si Buesa, 53 años, que fundó la compañía con su mujer, Tamara Maes, en 2001, no le hubiera dado una vuelta de timón en 2007. Durante años los ingresos de la compañía no vinieron de ningún nuevo medicamento descubierto por la empresa sino de la utilización de las tecnologías genéticas en las que trabajaba para dar servicios a la industria y al sector farmacéutico.
“Si bien nuestro modelo de negocio inicial era desarrollar investigación genómica en el cáncer, al estilo de lo que hecho Millennium Pharma en Estados Unidos, enseguida vimos que en España era imposible, no había disponibilidad de capital para ello”.
Error inicial
Además, todo pareció fallar al principio. Catalana de Iniciatives, y otros inversores que iban a participar, se quedaron fuera. Carlos y Támara consiguieron apenas 250.000 euros entre amigos y familiares, unas 50 personas que se convirtieron en accionistas. Al año siguiente sí entraría Najeti, una sociedad de capital riesgo, con una pequeña cantidad. Todo ello insuficiente para llevar a cabo los ambiciosos planes iniciales de los dos investigadores. “Vimos que había que partir de cero” recuerda Carlos Buesa por lo que empezamos dando servicios a la industria y a las farmacéuticas”.
Oryzon empezó, pues, a trabajar en temas agrícolas, en colaboración con empresas como Hisparroz o la Càmara Arrossera del Montsià. “Creamos variantes de este cereal, como una especie de arroz bomba más baja y resistente al viento”, explica. También con Laboratorios Ordesa, para los que identificaran componentes nutritivos en leches maternoinfantiles que mejoraran el sueño de los niños. Aun cuando esta línea funcionó razonablemente bien, y la empresa llegó a contar con 70 empleados y facturaciones de hasta tres millones, el limitarse a ser una empresa de servicios nunca fue el objetivo de Buesa.
Pese a ello, muchos otros hubieran seguido, sin más, con una actividad que parecía ir viento en popa. No así los dos fundadores. Tenían dudas. Dos razones les aconsejaron recuperar el proyecto inicial. La primera, explica el científico, “que vimos que iba a ser muy difícil seguir creciendo en el mercado de servicios, y la segunda, que nos encontramos en 2007 con una serie de inversores, de capital riesgo y family offices dispuestos a apostar por nuestro proyecto”.
Sin prisas, pero sin pausas, en la compañía hicieron un análisis detallado de las posibilidades del mercado de servicios biotecnológicos, y las conclusiones fueron que lo mejor era salirse paulatinamente del mismo. “Vimos que el mercado español de este tipo de servicios era muy pequeño y que a nivel internacional el sector estaba siendo copado por nuevas empresas, desgajadas de las farmacéuticas”, comenta.
Para Buesa, ese momento de reflexión estratégica, que llevó año y medio, “fue uno de los momentos más bonitos de mi vida como empresario. Nunca he estado de acuerdo con esa idea de que cuando las cosas van bien no hay que tocarlas. Había que cambiar de modelo de negocio pues aquel no tenía futuro. Y eso suele ser muy difícil de hacer”.
Dianas farmacéuticas
Así fue como el empresario migró de la anterior actividad, de servicios, a la de descubrimiento de nuevos fármacos con base en la genómica y también en los productos de diagnóstico. “Habíamos identificado varias dianas farmacéuticas muy prometedoras, con las que podíamos generar moléculas innovadoras, disfrutar de una ventaja internacional y poder levantar fondos importantes”, recuerda.
Era 2008, muchos pensaban que la crisis sería pasajera. “Así que conseguimos los fondos que no pudimos tener en 2001”, apostilla. La empresa hizo una ampliación de capital de nueve millones de euros. Najeti, una sociedad de capital riesgo presente en el capital de Oryzon, no vaciló en multiplicar su apuesta por la compañía. También entraron como accionistas varias familias, entre ellas los propietarios de Laboratorios Ordesa.
“Yo había calculado –prosigue Buesa– que esos nueve millones de euros nos darían exactamente para cinco años, con lo que en 2013 teníamos que tener al menos una molécula terapéutica a punto de entrar en la fase uno de ensayos clínicos y que pudiéramos vender”.
El científico dice que el plan funcionó como un reloj. La compañía logró algunos kits para la detección del cáncer y en 2013 tenía ya dos moléculas farmacéuticas en estado avanzado, y en una de ellas lograron el estatus de medicamento huérfano (que facilita el desarrollo para enfermedades poco frecuentes como la leucemia) de la EMA, la Agencia Europea del Medicamento. “Y a finales del 2013 –prosigue– cumpliendo con el calendario que habíamos presentado a los inversores, obtuvimos el permiso de la EMA para iniciar los ensayos clínicos del Ory 1001, el fármaco que vendimos a Roche”.
Los años difíciles
No todo, claro, fue sobre ruedas. Los años 2011 y 2012 fueron también duros para Oryzon. La facturación en diagnóstico y servicios, las únicas fuentes de ingresos, se desplomaron debido a la crisis y a los ajustes del Gobierno. Buesa no tuvo más remedio que liquidar esa división a marchas forzadas para salvar lo que le interesaba: el área de medicamentos genómicos: “Hubo que prescindir de decenas de personas, gente muy buena”.
En medio de esa tormenta, los accionistas nunca dejaron de confiar en Oryzon y sus dos fundadores. Acudieron a una ronda de financiación puente por valor de un millón de euros para que Oryzon, que lleva ya un total de 14 millones en diversas rondas, pudiera seguir. “Lo que le daba confianza a nuestros inversores es que estábamos siendo capaces de mover nuestros fármacos hacia delante de una forma decidida y efectiva”, añade.
Según la compañía iba descubriendo nuevas moléculas y registrando patentes y el Ory 1001 iba avanzando en el pipeline, cubriendo etapas y mostrando sus posibilidades, Buesa y Maes buscaron una gran farmacéutica.
“Empezamos a hablar con varias compañías interesadas, pero al final la que mostró más interés fue Roche, una compañía muy centrada en el cáncer y con un enorme interés creciente por la epigenética, de la que Oryzon es uno de los pocos exponentes activos en Europa”, explica el ejecutivo. Ahora, sólo le resta esperar que todo salga bien, que el Ory 1001 vaya cumpliendo con las etapas de desarrollo (ya en manos de Roche) y llegue finalmente al mercado, algo que ocurrirá en tres o cuatro años.
Según el fármaco vaya cumpliendo fases, la firma española, además de los 21 millones de dólares ya cobrados, irá percibiendo trozos de los 500 millones de dólares pactados para la fase de I+D.
Buesa, una historia de superación personal
Además de CEO y fundador de Oryzon, Carlos Buesa es autor de unos 30 estudios científicos y conferenciante.
Curriculum extraordinario. Viendo el currículum de Carlos Buesa –Zaragoza, 1961– uno puede pensar que procede de una familia de la clase alta. Tras estudiar biología en la Universidad de Barcelona y completar un doctorado ahí, el fundador de Oryzon trabajó primero en el CSIC para luego irse a Bélgica, donde hizo investigación en centros tan reputados como la Universidad de Gante y el Instituto Flamenco de Biotecnología.
Hijo de trabajadores. Sin embargo, es todo lo contrario. “Soy hijo de trabajadores, gente humilde” manifiesta Buesa, “el primero de mi familia que pudo ir a la universidad”. Y eso no porque sus padres pudieran pagarle los estudios, que no pudieron. “Mi madre era ama de casa y mi padre, cuando yo tenía 10 años vendía seguros y cuando cerraba alguna venta mi madre iba a las tiendas del barrio a liquidar las deudas”, recuerda.
Trabajó para poder estudiar. Buesa, que inicialmente quería ser médico y optó por Barcelona para estudiar “porque tenía más glamour” para pagarse los estudios no tuvo más remedio que trabajar. “Como mis padres no tenían dinero, me tenía que ir los veranos a Francia, donde estaba mi hermano, para trabajar como encofrador o gruísta 70 horas a la semana. Con ese dinero aguantaba todo el año”, añade.
Líder en el sector. Además de haber fundado Oryzon, Buesa fue el primer presidente de la Associació Catalana de Empresas de Biotecnología – CataloniaBIO –y ha sido vicepresidente de Asebio. Es autor de unos 30 estudios científicos.
Así fue la negociación con la farmacéutica
Para cualquier startup biotecnológica, todo lo que haga no sirve de nada si no logra dar finalmente con la gran farmacéutica dispuesta adquirirle la molécula o fármaco que tiene en fase de desarrollo. ¿Cómo lo hizo Oryzon?
Asistencia a ferias y congresos
Lo primero que hay que hacer es tratar de entrar en contacto con estas multinacionales para enseñarles lo que estás haciendo”, explica Buesa. Lo consiguen asistiendo a un circuito anual de ferias de farmacia o biotecnología que se celebran en Estados Unidos y Europa, una inversión muy fuerte. A estas ferias van las biotecnológicas, para enseñar sus productos, y las farmacéuticas, que envían a sus ojeadores para ver lo que se está cociendo. “También son interesantes –prosigue el biólogo– todos esos congresos especializados en la genómica e incluso en un tema tan restringido como la epigenética. Va menos gente y es más fácil entablar contactos, incluso tomando un café”.
Primer contacto con roche
Fue en uno de esos congresos, en Londres, en noviembre del 2012, al que Tamara Maes había acudido como conferenciante, cuando Roche mostró su primer interés por el Ory 1001. La multinacional farmacéutica manifestó a los fundadores de Oryzon su interés en posicionarse en la epigenética, un campo en el que se está levantando mucha esperanza de cara a la curación del cáncer. A partir de ese primer contacto, todo fue muy deprisa. Roche mostró mucho interés en el programa de Oryzon y ya en diciembre empezó las conversaciones con la firma española.
Roche da el aprobado
A finales del 2013, después de numerosos contactos, Roche ya nos manifestó que quería empezar las negociaciones para hacerse con el producto”. explica Buesa. Luego se siguió una due dilligence que duró meses. “Tuvimos gente de Roche pegada a nosotros durante casi un año para estudiar en detalle la empresa y el producto. A principios de este año, cuando la farmacéutica suiza comunicó a Oryzon su determinación de quedarse con el Ory 1001 y las condiciones millonarias del contrato, aquí no se lo podían creer. Roche es nada menos que el líder mundial en oncohematología”, añade el biólogo.
¿Qué es el Ory 1001?

El Ory 1001 está dirigido contra el LSD1, una diana epigenética (inhibidora) que modifica la actividad del cromosoma. El inhibidor desarrollado por Oryzon es 1.000 veces más potente que ninguna otra molécula descrita y ha demostrado sus posibilidades en el cáncer y el alzhéimer.
El Ory 1001, adquirido por Roche, será utilizado en el tratamiento de la leucemia aguda. Está probado que esta molécula detiene la leucemia en animales experimentales y mata a las células madre cancerosas. Ha sido, además, el primer inhibidor de LSD1 en ser aprobado para estudios clínicos en humanos en todo el mundo. Esos estudios están siendo llevados a cabo en el Hospital Vall d’Hebron, en Barcelona, en el Paterson Institute y en la Christie Clinic, ambos en Manchester.
La epigenética es la rama de las genómica que, según explican en Oryzon, “estudia los cambios hereditarios y cómo afectan al funcionamiento de los genomas sin que ocurran mutaciones en la secuencia de ADN”.