La de Becara es una historia de éxito empresarial que no se puede entender sin la energía y entusiasmo que le pone su fundadora y presidenta Begoña Zunzunegui, día a día, año a año… desde 1964. Vitalista e incansable al desaliento, esta empresaria personifica el liderazgo basado en la firmeza, intuición, conocimiento del mercado, gestión del talento, aderezado por un ánimo incombustible a prueba de cualquier contratiempo. No se entiende, si no, la evolución de esta pequeña multinacional familiar que empezó siendo una tienda de regalos en un oscuro y vetusto almacén de la madrileña calle Lope de Vega, 31, y ahora cuenta con una fábrica propia en Valdemoro y otras subcontratadas en España y Asia, emplea a 225 personas, vende en medio mundo y factura unos 20 millones de euros. Una empresa en la que la propia Begoña tomaba nota de los pedidos para después transportarlos en un Citroën 2CV al domicilio de los clientes. Una empresa que ha pasado de la venta de regalos al diseño, fabricación y distribución de muebles, artículos de decoración, antigüedades y textiles para el hogar. Una marca que con el devenir de los tiempos y gracias a una estrategia de calidad, innovación, diseño, crecimiento sostenido e internacionalización, se ha convertido en referente dentro y fuera de España.
Plagiada por algunos, admirada por otros, Becara, es sobre todo, el resultado empresarial del infatigable espíritu emprendedor de su fundadora. El mismo ánimo que la llevó en 1973 a viajar a China, sola. “¿Por qué seguir importando de Italia productos fabricados en China cuando yo podía comprar directamente?”, se preguntó. Dicho y hecho. En tres días de feria y muchos inconvenientes cerró 15 acuerdos en la Feria de Cantón. Toda una gesta si tenemos en cuenta que esto ocurrió en 1973, en la aislada España franquista y en la no menos hermética China maoísta. A su vuelta pocos daban crédito a esta gesta de alguien que también supo afrontar con valentía el renacimiento de la empresa tras el devastador incendio del almacén de Valdemoro, en 2006. “No quedó nada”, recuerda.
Begoña es empresaria y madre de cuatro hijos (Juan, Bárbara, Amalia y Pablo), que ahora ocupan distintos puestos de responsabilidad en la empresa. Todas estas pinceladas dibujan el perfil de una emprendedora de raza y nervio templado, pionera de la globalización en nuestro país (“siempre tuve claro que mi mercado no era sólo el español, sino también el internacional”), apasionada con su trabajo, exigente; un espíritu emprendedor que bebió de la cultura estadounidense durante los tres años que vivió allí (primero en Nueva York y después en Pittsburgh), acompañando a su marido, Juan Andrés Aranguren. Fue entonces cuando una joven Begoña, con 25 años, y tras el cierre de la empresa de su cónyuge, decide montar su propio negocio. Corría el año 1964. Nacía Becara.
EMP. ¿Por qué una tienda de regalos?
B.Z. Quería algo pequeño, a lo que tuviera acceso. Y lo primero que hice fue recorrer todas las tiendas de regalo de Madrid de las cuales yo era clienta. Vi que todas vendían lo mismo. No lo entendía. Y les pregunté: ‘Oye, por qué vendes lo mismo que el resto’. Me decían: ‘Aquí hay cuatro orfebres, tres que hacen marroquinería y otro que hace madera’. Había muchas limitaciones. No podías hacer nada nuevo. Y ahí estaba el quid de la cuestión: en hacer algo diferente. Entonces fui a esos mismos orfebres, pero ya con exclusiva apuntadita. Les decía: ‘te compro tantos al mes pero sólo son míos’. No fue fácil. Sin embargo, tenía que claro que la especialización era la mejor opción. He tenido muy claro ese concepto. Aunque después de 46 años ha cambiado mucho. La capacidad de evolucionar es importantísima. Además de la creatividad, de la que se dice que es un don, pero es un don que hay que desarrollar. De hecho yo vivo con un lápiz y papel al lado. Para mí todas las ideas valen porque igual de cada 20 una funciona.
EMPRENDEDORES. ¿Se considera empresaria por necesidad o por vocación?
Begoña Zunzunegui. No, yo por vocación. Te lo garantizo.
EMP. ¿Cómo se cocina una fórmula de éxito como la de Becara?
B.Z. Con dedicación, entusiasmo y trabajo. Tengo que decir que éxito tuve desde el principio, pero también echándole horas. Desde el primer momento. Estuve un año completamente sola. Al principio, todo lo que vendía era pequeño y de poco peso para poder transportarlo yo misma. El segundo año cogí a un cartero, por las tardes, para que me repartiera con el 2CV que tenía. Pero hasta ese momento yo facturaba, yo repartía… Piensa que la oficina, que era un almacén en la calle Lope de Vega, 31, y que todavía tenemos, no tenía ni luz eléctrica ni suelo. Eso sí, enseguida evolucionamos, y cogimos el local de al lado.
EMP. ¿Qué hacía una joven empresaria española como usted en China, en 1973?
B.Z. Negocios. Yo siempre he tenido la manía de la internacionalización de mi empresa, porque España es muy pequeña, y tenía un poder adquisitivo penoso frente a Alemania, Bélgica… Tenía que abrirme los Pirineos. El viaje de China es de las cosas más interesantes que me ha pasado en la vida. Yo quería comprar los productos directamente a los fabricantes [antes lo hacía a través de importadores europeos]. Y, mira por donde, en 1973 me entero por la prensa que el entonces ministro de Comercio López Bravo había firmado un acuerdo con China que consistía en unas cuotas libres de impuestos para la compra de artículos que se hiciesen o estuviesen tejidos a mano. ¡Era mi oportunidad! Después de obtener el visado, allá que fui. En Hong Kong había quedado con mi importador italiano al que le pedí que me ayudase a llegar desde Hong Kong a la feria de Cantón, en la China continental, a cambio de una comisión sobre lo que yo comprase allí. Pero me falló. Me encontré en Hong Kong sola el día anterior a la Feria. Y me dije, ‘bueno y ahora qué haces’. Entonces decidí vestirme con lo mejor que tenía y pregunté dónde estaban las mejores tiendas de la ciudad. Fui a verlas todas. En una de ellas le conté mi problema al encargado chino. Un encanto de señor. Él me resolvió el tema del billete de tren, y pude ir a la feria. Firmé 15 contratos. Y no fue fácil. Los tres días de feria dormía con cinco personas más, que había que elegirlas en el hall del hotel. La feria, además, abría a las ocho de la mañana, y compartiendo duchas con cinco personas más tenías que levantarte a las cinco. Luego cerraba a las 11:30, ¡porque el que te vendía la mercancía era el único que hablaba algo de inglés y se iba a esa hora! Él era quien hacía los contratos para que se firmaban en el mismo día. Era todo de una precariedad absoluta. Pero tenías que fiarte de ellos. Todo fue bien. Lo cierto es que hice negocios fantásticos en China y a los tres años ya estaba diseñando en este país asiático.
EMP. Usted ha dicho que “el entusiasmo mueve montañas”, ¿cuántas montañas ha movido usted a lo largo de estos 46 años de Becara?
B.Z. Muchísimas. Y el entusiasmo no sólo vale para la empresa, también para la familia. Hay que tener en cuenta que las empresas las hacen las personas. Por muy buena idea que tengas, si no sabes hacer equipo, delegar, crecer y evolucionar, no hay empresa que lo resista. Además, el entusiasmo se contagia… aunque la desgana también.
EMP. En Becara conservan clientes de hace más de 30 años. Ahora que vivimos en tiempos en los que tener un cliente es poseer un tesoro, ¿dónde está la clave?
B.Z. La fidelidad con el cliente es muy importante. En ese sentido, yo nunca le diré a un cliente bueno que espere por captar otro nuevo. ¿Las claves? Pues están en la evolución continua, la variedad de productos y que, a pesar de 46 años, seguimos estando a la moda. ¡Que es muy difícil, ehh! Y no sólo estamos a la moda sino que creamos tendencia. No hemos copiado nunca nada. De nuestra profesión, eso no te lo puede decir todo el mundo en España.
EMP. En una empresa con una trayectoria de tanto tiempo, ha tenido que haber sonrisas, pero también lágrimas…
B.Z. … Y auténticos dramas. En el 2006, uno de los mejores años económicos de España, todo lo que teníamos se quemó en la fábrica Valdemoro (Madrid). Tuvimos que reponer todo el material. Pero una empresa no se quema. Al día siguiente estábamos trabajando en el almacén de Lope de Vega, donde empezamos, con los ordenadores y teléfonos particulares de cada uno. Todo ese esfuerzo tuvo su recompensa. 2007 es el mejor año de la historia de Becara gracias a las compras de clientes que había estado esperando seis meses (el incendio fue en mayo).
EMP. ¿Qué enseñanzas se pueden extraer de Becara?
B.Z. Hay que tener una idea, una creatividad, y luego hay que ser muy serio, con todo, con tus empleados, con tus proveedores, con tus clientes; y honestos, porque la seriedad está muy ligada a la honestidad. Si yo te digo que esto mide dos centímetros, no mide dos y medio. Yo no he engañado a nadie nunca. Llevo 46 años, con el mismo nombre, en la misma calle y con el mismo banco. Cuando algo no te sale como crees y tienes que explicarlo, pon la cara; nada de una cartita o ‘ahora no estoy’. Una seriedad y honestidad que se inculca a toda la empresa. Y también que el liderazgo y la autoridad te lo dan los otros, no tú. Eso sí. Tienes que ser capaz de ser líder. Se trata de que cada vez que tú digas algo, el que está enfrente crea que lo que estás diciendo es acertado.
EMP. ¿Qué le diría a un joven emprendedor que se encuentre en estos momentos en la coyuntura de montar su empresa?
B.Z. Le diría que la primera condición es que sea muy trabajador, porque va a trabajar tres veces más que si se coloca en cualquier otro sitio. Que le guste lo que hace. Que no deje para mañana lo que puede hacer hoy. Tienes que tener ese nervio. Para ser empresario hay que tener un motor de primera, porque te pisan todo el rato… Fíjate en nosotros ahora con esta tienda (Becara mantiene un litigio sobre el cierre municipal de la parte baja del showroom de Juan Bravo), ¡que la vamos a abrir enseguida, eh! Y, por supuesto, cualquier negocio tiene que partir de una idea que no esté ya realizada. Es como escribir un libro. Si ya hay uno, no lo hagas. También les diría que hay que ser muy humilde para ser empresario.